domingo, 5 de octubre de 2014

El Fugitivo

Cuando Christian tomó la errada decisión de escapar, no analizó bien la delicada situación en la que se encontraba, no imagino que su accionar le resultaría caro pero fácil de remediar. Mientras estaba sentado en su auto, con los nervios de punta; su cerebro se bloqueó, su instinto irracional tomó posesión de su mente y sobretodo de su cuerpo, lo que lo impulsó a que presionara firmemente el acelerador de su auto y se diera a la fuga.

Era un día más para Christian, él saldría con su carro a realizar la noble y necesaria labor de ‘taxear’. Pese al frío de las invernales mañanas limeñas, él se despegaría de su cómoda cama, se pondría un jean y un polo gastado; apenas se mojaría la cara, se pasaría los dedos por el cabello a manera de peine y saldría a las calles a ganarse la vida.

La mañana parecía austera pero poco a poco se fue calentando, quizás no al punto de ebullición que él deseaba pero por lo menos cubriría los gastos del día. Una mueca de disgusto se dibujó en su rostro mientras calculaba los ingresos de su día trabajado. El ceño se le frunció cuando pensó en las deudas que tenía que pagar. Apretó los ojos cuando llegó a la conclusión que nada de lo que hiciera lo sacaría de su miseria, excepto que ganara el gran premio de la lotería o se casara con al alguna tía ricachona.

En medio de su incierto camino Christian terminó transitando a bordo de su vehículo por las temerarias calles del Callao. Él manejada sin cuidado, distrayéndose con la música de una conocida radio cumbiambera, de esas que pasan canciones ardidas, despechadas, lastimeras y ridículas que pintan a los hombres como la peor creación del mundo.

Fue así que en medio de su relajo mental siguió recorriendo la ciudad sin fijarse por qué calles estaba andando. Durante su camino escuchó una sirena. Era la policía. Un escalofrió recorrió el cuerpo de Christian y con miedo detuvo su auto en medio de la calle. Miró por el retrovisor y vio como un oficial de verde que salía de su patrulla se dirigía a su encuentro. Para el pobre Chris esos momentos fueron eternos, era como si todo sucediera en cámara lenta y estuviera viendo a la muerte misma buscándolo para tomar su vida y ponerle fin a su triste vida.

El oficial de la Policía se acercó al vehículo y le pidió los documentos respectivos del vehículo. Un ataque nervioso invadió a Christian, el cual se manifestó en forma física. Sus manos temblaban sin control mientras buscaban los documentos que le habían pedido. Torpemente y después de dos eternos minutos encontró lo que se la había solicitado. El oficial recibió los documentos y pidió al intervenido que se cuadrara mejor ya que su auto estaba generando un poco de tráfico en la zona. Durante los siguientes minutos Christian no pensó cuando vio la oportunidad de encender su carro, pisar el acelerador al máximo y escapar de su verdugo.

Varios kilómetros lejos del terror, Christian sintió que el alma se le volvía al cuerpo. Se computaba el ganador por haber esquivado a su verdugo. Sacudió de su cuerpo, como un perro mojado, el sudor que había emanado él. Ya más calmado, volvió a encender su auto para retirarse a casa ya que se sentía exhausto por el mal susto que se había llevado, fue entonces que se percató de un detalle fallido en su plan de escape: había dejado los papeles del auto con el policía. “¡Carajo!” gritó al cielo mientras se cogía la cabeza con ambas manos.

***

Resignado, deprimido y con el rabo entre las piernas; Christian regresó a casa. En su camino se encontró con uno de sus cercanos amigos “El gordo”, almorzando unmenú siete colores en la carretilla de un ambulante.

– Oye cuñado, ¿a ti que mosco te picó? –preguntó el gordo.
– Puta no sabes choche… Hoy me paró un policía, me pidió los documentos y en un momento de nerviosismo me di a la fuga. –A la vez que terminó de explicar su historia un escalofrió hizo temblar su cuerpo.
– Puta que huevón que eres compadre.

Christian se apenó por las palabras de su amigo y bajó la mirada. Su cuerpo se volvió a remecer mientras analizaba su desgracia. Él pensaba que ahora iba a ir preso por su accionar, que su familia caería en desgracia, que podría ser violado y peor aún que su vida terminaría en un penal olvidado como un perro sarnoso. Apretó los ojos y maldijo mentalmente una y otra vez el estúpido error que había cometido.

– No te preocupes socio, como siempre “tu papi” al rescate.

Christian quedó perplejo y atendió fielmente a lo que “El gordo” le decia. La escena era como la de un perro hambriento que mira la carne del plato de su dueño.

– ¿Te acuerdas de mi hermano? Bueno, él tiene un cargo importante en la Policía. Toma –saca un papel de su bolsillo- aquí está su número de móvil. Llámalo y pregúntale como te puede ayudar. Ah, dile que llamas de mi parte.

“El gordo” quedó en silencio y volvió a clavar el tenedor en su plato de tallarines que estaba comiendo, o mejor dicho devorando.

***

Con un brillo esperanzador en sus ojos, Christian no dudó en llamar al supuesto salvador de su problema actual.
– Aló... buenas... ¿con Contreas? –preguntó tímidamente y con los labios temblando.
– Si, ¿quién habla? –respondió con voz autoritaria.
– Bu… bu… buenas tardes señor, llamó de parte del gordo….
– Ah, tu eres el fugitivo –interrumpió Contreras seguido de una risa burlesca- Mira cuñao’ la verdad es que la cagaste. ¿Cómo se te ocurre dejar tus documentos al policía que te intervino y luego escaparte? Ahí si no puedo ayudarte, si hubiera sido una multa, fácil la desaparecía pero tu situación está jodida.

Christian se hundió en sus pensamientos negativos y la idea de que terminaría preso por su estupidez se materializó con un gélido escalofrió que recorrió su cuerpo. Trato de pronunciar una palabra pero no pudo. La verdad es que él se cagaba de miedo, no tanto por la situación angosta en la que se encontraba sino que de por sí él ya era muy nervioso.

Un silencio fúnebre se apoderó de la conversación telefónica que mantenían ambos sujetos. Fue entonces que el jefe Contreras se apiadó del pobre diablo que aparentemente había llegado tarde a la repartición de cerebros, y le dio otra posible y más arriesgada solución.

–  Mira choche si deseas puedes ir al complejo policial y esperar al guardia que te intervino…
– Pero no se su nombre –interrumpió- ni siquiera me acuerdo de su rostro –añadió.
– Ah compadre ahí si no sé. Eso es cosa tuya. Tómalo o déjalo. Más no puedo hacer –dijo Contreras con voz aguardentosa y con actitud pedante característica de los oficiales.

En su mente, Christian analizó la propuesta. “Es arriesgado” se decía asimismo. “Es posible que si el guardia me vea, me reconozca y me meta a cana. ¡Chesu!” Por un segundo una sensación todopoderosa se poderó de él. Se acomodó bien las bolas, tragó saliva y aceptó el reto. Sin embargo, desde el momento que dijo “aceptó” sintió como se le encogió el colgajo de la pelvis y no volvió a aparecer hasta en un par de horas después.

– Te envió la dirección por mensaje –dijo Contreras.
– Ok –respondió tímidamente Christian.

***

Christian miraba con recelo la dependencia policial a la cual había llegado, su auto lo había dejado estacionado unas cuadras más allá para que no lo vayan a reconocer. Sus ojos daban vueltas observando las diferentes calles con el miedo a flor de piel. Él estaba seguro de que estar parado ahí, era una mala decisión, tan mala quizás como la que tomó unas horas más temprano. Sus ojos se desorbitaban como si sufriera alguna intoxicación o una embolia, pero lo que buscaban era al oficial que lo había intervenido para luego suplicarle que no lo vaya a meter preso.

Uno que otro policía salía de la dependencia, y cada vez que pasaba esto, el tímido Christian se ocultaba detrás de un poste con lo que juraba no sería visto pese a la gran barriga que le colgaba. Miraba su reloj y ya había pasado casi media hora. Los nervios, el hambre y el cansancio lo consumían. Resultaba difícil poder encontrar a una persona que no recordaba y menos que ni siquiera sabía su nombre. “¿Qué carajos hago acá si no sé a quién busco?” se preguntó a sí mismo. La vacía respuesta a su interrogante hizo que reaccionara y buscara una solución.

Con las piernas temblando, Christian caminó hacia la dependencia y vio que un policía estaba de salida. Apresuró el paso y fue a su encuentro. “Le preguntaré por…. ¿por quién?” reflexionó. Mientras debatía internamente sobre las falencias que contenía su plan se olvidó que su cuerpo seguía avanzando hacia la persona que había decidido abordar. Para cuando reaccionó ya se encontraba a un par de metros de su víctima.

– Disculpe jefe estoy buscando… –dijo tímidamente y con voz temblorosa Christian.
– ¡Hey! Tú eres el gracioso que se fugó esta mañana –reprochó el policía. 
– Ay, qué bueno que lo encuentro. Mi jefe quería pedirle que me devolviera mis papeles por favor –suplicó tímidamente.
– ¿Qué miércoles tenías en la cabeza? –preguntó amargamente. Ahora tu gracia te saldrá cara, sabes que puedes ir preso, ¿no? –añadió.

Al oír esto último Christian sintió la necesidad incontrolable de tirarse a llorar al suelo, suplicar y, de ser posible, besarle los pies o cualquier otra cosa que se le ordenara con tal de no ir tras las rejas. Sin embargo, antes que hiciera algún movimiento, el policía le propuso una solución que resolvería todo este embrollo en el que se había metido. Una solución que es bien conocida, lamentable y corrupta: “la coima”.

– Mira compadrito, dame S/. 500 y todo queda ‘olvidado’ –el policía se aseguró de enfatizar la última palabra y el monto que solicitaba.
– No mi jefe, no sea malo…
–  ¿Malo? Mira compare’ tú te largaste y ocasionaste esto. Si no quieres normal, yo paso tus papeles como desacato a la autoridad, me levanto tu auto al depósito y te encierro. –dijo soberbiamente el policía, quien ante el silencio de Christian dio un paso al costado para retirarse como ‘si nada hubiera pasado’.
– No, no. Espere mi jefe –dijo con voz temblorosa y algunos matices de súplica. –No tengo esa cantidad de plata –lamentó mientras bajaba la mirada como si eso fuera algo vergonzoso.
– ¿Y cuánto tienes?

Se tocó los bolsillos con ambas manos, sacó varias monedas y se puso a contarlas. El policía arqueó la ceja en tono desaprobatorio y ladeo la cabeza hacia los lados.

– Tengo S/. 69 –dijo Christian con voz quebrada.
– No jodas. Ni cagando esa cantidad te va a salvar de esta. Sabes, me voy no me hagas perder el tiempo.
– No jefe, jefe, feje…
– No tienes la plata que te pido. No jodas. Me largo. –dijo soberbiamente y zarandeando las manos para darle más énfasis a sus palabras.

Con las lágrimas casi brotando en sus ojos, Christian pudo idear otra solución. Se acordó de Contreras y pensó que usando el alto cargo que poseía en la Policía Nacional podría doblegar al corrupto efectivo.

– Mire jefecito yo soy recomendado por Contreras. –Al oír ese nombre el efectivo policial puso los ojos en blanco y por un momento pareció sufrir un infarto. Todo duró unos segundos pero para el policía fue eterno. Tragó saliva y trató de volver en sí mismo.
– ¿Cómo así? –preguntó con total serenidad. –Pruébalo –añadió con total seriedad.

Christian torpemente metió las manos al bolsillo de su casaca y los nervios se volvieron a apoderar de él, lo que ocasionó la desconfianza del policía.

–  ¿No me estarás grabando? –Christian sacudió la cabeza a forma de negación pero su nerviosísimo no le daba credibilidad. –Conchetumare como estés tratando de cagarme, te jodo aquí mismo.

El pobre diablo sacó con miedo su teléfono del bolsillo interno de su casaca, marco el número de Contreras y se lo pasó al policía.

–  Aló… Si ¿qué tal Jefe…? Claro, aquí estoy con él… Si pues… El me buscó… Me está queriendo dar S/. 69… No pues… Pero… Ah bueno… Ok… Ya veremos… Adiós… Toma, quiere hablar contigo –dijo el policía a la vez que le entregaba el móvil a Christian.
–  Aló –dijo con gran inseguridad y voz temblorosa-. Aquí estoy con el policía que me intervino…
–  Me ha dicho que te le estas queriendo dar S/. 69, pero esa es cosa de ustedes de cómo arreglen, yo ahí no tengo nada que ver. Yo ya te ayudé diciendo donde lo podías encontrar, pues bien ahora acuerden como quedan –dijo Contreras con total seriedad y sin ninguna pisca de vergüenza por el acto tan bajo que se estaba tejiendo, para luego cortar la comunicación.

– ¿Y bien? – preguntó el policía. ¿Cómo quedamos tienes la plata o me voy?
– Jefe es todo lo que tengo apiádese….
– Sabes qué, me largo. Jódete tu mismo. –precisó el policía y se dio media vuelta.

Fue en medio de ese acto en cámara lenta que Christian usó su cerebro y pensó. Se acordó que un amigo suyo le debía un sencillo, que si bien no era mucho, podía apaciguar las ansias monetarias del policía. Cogió del hombro al sujeto y le comunicó su momentánea solución. Éste pensó que ya había hecho su agosto por lo que accedió a ir con el tímido Christian a recoger la deuda que le debían.

***

Ambos llegaron a la casa del amigo de Christian, éste bajo del auto y fue en busca de su amigo mientras el guardia espera en el carro. Algunos minutos después Christian regresó con algo de preocupación en su rostro. Entró al carro y sacó de un bolsillo sus S/. 69 y del otro bastantes monedeas con algunos billetes. El policía asomó la cabeza y se fastidió de no ver ninguna “Santa Rosita”, solo una pila de pobres monedas.

– Jefe, solo tengo S/. 200 a las justas. Por favor, no tengo más. No sea malito…
– Puta madre huevón de mierda me traes hasta acá, me haces perder el tiempo, y solo me dices que tienes S/. 200. Te he pedido S/. 500. ¿No entiendes o eres idiota? –Christian bajó la cabeza y sintió la necesidad de llorar, gritar, estrellar su cabeza contra el parabrisas y morir. Su imaginación empezó a dar rienda suelta y se visualizó tras las rejas, sufriendo las penurias de estar en prisión. –Pero… bueno ya estamos acá y yo tengo que seguir con mis cosas. Dame la plata que tienes y toma tus estupidos papeles. Espero no encontrarte nunca más porque sino te jodes conmigo. Ya lo sabes. Ni una palabra de esto sino también te cago. ¿Entendiste? –Christian asentó la cabeza afirmando y luego el policía salió del auto rápidamente y en un abrir y cerrar de ojos desapareció. 

Christian cogió sus papeles y los besó como si se tratara de la mujer más excitante del mundo, como si fuera el amor de su vida que había vuelto a su lado después de años de estar fuera del país. Christian en ese momento no le interesó que la gente lo viera haciendo tales actos obscenos con los papeles como si se tratara de un enfermo lamiendo revistas pornográficas. No. No le importó. Para cuando recobró la cordura solo pensó en ir a casa, reunirse con su familia y amigos y, pese a las advertencias, contarles la osada acción que había realizado. 

[***]

Aunque no lo paresca, esta historia y los personas son completamente reales. Esto sucedió hace solo algunos días. Lo más indignante de ésto fue tener que precenciar como el público oyente de la historia celebraba los actos osados de Christian mientras que yo estaba con mi cara de poto y nadie entendia cual era el motivo si la historia era "increible". 





Acerca de Giancarlo
Soy un poliedro lleno de aristas, rincones, luces y sombras...
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