domingo, 26 de octubre de 2014

Cachivachero

Cuando me la ofrecieron dude un poco al principio, pero al final pensé que un poco de espacio para estirar mi agotado cuerpo no me caería nada mal. Y es que hace poco me traspasaron una cama de dos plazas y dije ¿por qué no? Mi actual lecho me proporciona el bienestar y la felicidad necesaria, pero esta nueva cama es más amplia, más cómoda y por su puesto ocupa más sitio.

Ante los reclamos de mi madre por dejar “tirado” los palos, clavos y demás accesorios de mi nueva cama en medio de la sala; tuve que ponerme las pilas empezar con la labor de reordenar mis aposentos.

Primero lo primero, tenía que desarmar mi viejo lecho, el cual llevaba soportando mi humanidad por 10 años. El adolorido colchón había sido testigo de mis cambios corporales y alimenticios; de mi paso de púber a adolescente, así como de mis subidas y bajadas de peso. Mientras que mi descuajeringada almohada fue cómplice de mis sueños, mis ronquidos, mis lágrimas y mis eventuales babeadas. Tanta historia archivada en un mueble, el cual ahora iba a dejar de cargar con el peso, físico y emocional, que representa mi persona; para cederle la posta a mi nueva, amplia y coqueta adquisición.

En mi afán por reordenar mi cuarto para generar espacio, éste terminó como si una bomba hubiera caído en él. Ropa tirada por todos lados, las sábanas estaban como cortinas, los colchones apiñados en las paredes como los de los manicomios, el ropero atrincheraba la puerta como si estuviera en un efugio improvisado, el escritorio parecía una zapatera y mi mente gritaba como una niña engreída por la desastrosa imagen que presenciaba.

En medio de mi caótica habitación, desarmaba con mucho cuidado mi viejo catre. Fue así que debajo de él me tope con varias cajas cuidadosamente selladas; éstas estaban asquerosamente llenas de polvo y con rastro de querer formar un nuevo ecosistema. Luego de limpiarlas detenidamente, las abrí. Grande fue mi sorpresa por lo que encontré en aquel mugriento lugar: eran diversas cosas de mi infancia.

En su interior tenía varios de mis cuadernos de primaria, llenos de dibujos horrendos y pésima caligrafía; aunque ordenado. Separatas de todo tipo, desde historia del Perú hasta sobre los beneficios del nuevo Windows 2000. Así como tormentosos libros de ortografía, de horrendos ejercicios matemáticos y aburrida literatura clásica. Pero no solo eso, además encontré los álbumes de los dibujos que veía y que coleccionaba fielmente: Dragon Ball, Caballeros del Zodiaco, Guerreras Mágicas, entre otros. Quedé embobado con ellos, los ojeaba con delicadeza porque algunos de ellos parecían pergaminos de la época republicana, pero lleno de éxtasis como si hubiera encontrado la clave de la felicidad. Cada página que pasaba me estremecía, pese a que escasamente sabía las imágenes que vendrían. 


Me quedé sentado en medio del desastre que había formado, con una ruma de papeles, libros, recuerdos e historia; mi historia. Canicas, muñecos de acción, taps, crayones de diversos colores, discos, peluches y cartas se habían convertido en mi fortaleza; mi barrera que me separaba de la realidad y me llevaba a aquellos años de inocencia, despreocupación y falsa felicidad.

Por cerca de dos horas horas no paré de sacar cosas y sorprenderme con cada mal gusto que tenía aquel entonces. El mismo tiempo lo empleé para guardar nuevamente mis recuerdos en aquellas viejas cajas, sin hacer un previo filtro y despedirme de algunos de ellos. Pese a que algunas de las cosas que decidí conservar jamás las volveré a usar, opte por mantenerlas para que en el algún momento en que no encuentre el camino pueda volver a ese baúl de memorias (cachivaches para mi madre) y recordar quien soy.



Acerca de Giancarlo
Soy un poliedro lleno de aristas, rincones, luces y sombras...
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