sábado, 20 de septiembre de 2014

¡Actitud carajo!

Camino a paso apresurado, esquivo a las personas como si se tratara de un juego de tetris. Trato de parecer relajado para no llegar a mi cita con cara de asustado, de cansado o, en el peor de los casos, de loco. Miro la hora en mi celular y veo que estoy a tiempo aun. Saco de mi bolsillo un papel donde había anotado la dirección, “avenida 28 de Julio cuadra 2” leo para mí. La dirección no es difícil de ubicar; conozco la calle, no podría perderme. Aunque me extraviara, en Miraflores siempre hay un sereno muy amable- los más cordiales que haya conocido-  que con una sonrisa, buen ánimo y paciencia despejan cualquier duda que tengas.

Continúo caminando pero esta vez a paso más calmado. “Miraflores ha cambiado en algo”, pienso. Y es que hace más de  un año que no paso por aquel distrito lleno de turistas ojiverdes, blancones, rubios y altos; exactamente desde que dejé de estudiar, casi desde finales de 2012. De ahí en adelante tuve una que otra visita ocasional y gran parte de las vías principales estaban hecho un caos por obras de modernización. Como sea, ahora todo se había normalizado, las calles ahora eran más amplias, el transporte se había ordenado más, pero la esencia de aquel lugar se mantenía.

Una vez que llegué a la dirección que estaba buscando, empiezo a explorar con la mirada rápidamente a aquel edificio que tenia al frente. Miro por todos lados pero no veo ningún guardia de seguridad. Por un momento dudo si es que estoy en el sitio correcto. En la entrada noto que hay algunos centros de internet y fotocopias. Conforme voy entrando me doy cuenta que se trata de una galería. Empiezo a adentrarme por el único pasaje que hay, éste es algo oscuro y tétrico. En medio de algunas agencias de viajes descubro una escalera al fondo. Nuevamente la duda me invade, el lugar es algo lúgubre, sin vida, es como si nadie estuviera allí pese a que veo a algunos vendedores con cara de aburridos en sus respectivos puestos. Me sacudo la cabeza y subo las escaleras rápidamente. Ya en el segundo piso veo que la situación se repite: Pasajes oscuros, vacíos y tétricos; aunque al fondo de él noto una luz. Al principio no logro distinguir si se trata del reflejo de la calle pero conforme voy avanzando noto que aquel brillo sale de uno de los locales.

Paso el umbral con algo de inseguridad, mis ojos quedan espantados por la blanca luz del lugar y apenas logró recuperar la vista, noto la profunda mirada de dos mujeres sobre mí. “Puta que roche”, pienso. La primera fémina se trata de una señora de uno cincuenta y algo años, lo digo por las marcadas expresiones que tiene en el rostro y el excesivo uso de productos para la piel que evidencian lo muy cuidada que la tiene. Ella es rubia, de ojos claros y de piel rosada como la de un bebé. La segunda es más joven, de cabello negro, tez clara, algo simpática pero de expresión dura; ella sostiene una revista mientras está sentada cómodamente en un sillón. “Debe ser una clienta”, reflexiono. Avanzo a la primera de ellas que imagino es la recepcionista por su uniforme blanco y pulcro. “¿En que lo puedo atender?”, me pregunta con un acento que no logro distinguir si es francés o italiano o solo de una alienada. Con un nerviosismo notorio en mi voz le digo que tengo una cita. La señora me sonríe y me pide mi nombre, después de buscarlo en su base de datos confirma mi reserva y me pide que espere en uno de sus fashionistas sillones de cuero, de esos que cuando uno se sienta suena una metralleta como si te estuvieras tirando un pedo.

Mis ojos se disparan a analizar este pequeño oasis que encontré en medio de la oscuridad. Las blanquinegras y casi vacías paredes dan un cierto toque elegante y minimalista. Levanto la mirada y veo que hay una araña dorada, de esas que se usan en comedores elegantes, colgada en el techo. Miro a mi alrededor y me siento intimidado por la pulcritud del lugar. Aspiro profundamente el aire del lugar y hasta ese huele muy bien. Todo esta perfectamente ordenado. A donde sea que mire un destello me saluda. Bajo la mirada y observo mis pies, siento como la mujer al frente mio (la que lee una revista) me mira, me analiza, me juzga "¿Qué hace un hombre en un spa? Debe ser gay". Suspiro lamentando los prejuicios que imagino se están generando por mi presencia en aquel lugar. "Puta que roche", reitero para mí mismo. Aprieto los ojos, trago saliva y  saco mi celular; entonces empiezo a escribir este post a manera de distracción.

A los minutos escucho a la recepcionista llamar a la joven de mirada seria y siento que ahora puedo respirar más tranquilo. Vuelvo a explorar aquel salón, a mi lado veo una cafetera con varias tasitas que parecen de juguete por lo diminutas que son. Entonces se me antoja servirme un poco de café para remojar la garganta seca que tengo por los nervios. ”¿Serán de adorno? No creo porque ahí veo la azucarera, unos sobres de infusiones y algunas cucharitas; o será que es parte de la decoración para así darle un toque hogareño a tan frio espacio”, analizo mentalmente. Sin embargo, así sea para uso público, se teje en mi mente la idea de que si cojo alguna de esas cosas quedaré como un cavernícola sin modales que solo viene a tragar a tan pituco spa miraflorino de pseudo linaje italiano.

Miro el reloj, los minutos se acercan. La recepcionista corre de un lado a otro y eso me reprime más, hace que mis piernas me tiemblen de miedo. Me quedo con la mirada fija en el suelo como un niño autista. No se lo que me harán en ese lugar pero puta yo fui el huevón que aceptó voluntariamente ir a ese lugar, manejado por un impulso y curiosidad de un momento de debilidad cerebral, y ahora siento que de huevón pase a mariquita. Puaj, pensar no me ayuda en nada. Solo me queda –citando a la maestra Natalia Málaga- ponerle actitud. ¡¡¡Actitud carajo!!!

Alzo la mirada y observo a través de la ventana para distraerme y así bajar tensiones.  Un bus se estaciona en frente del establecimiento en donde me encuentro  y noto como algunas chicas me miran con curiosidad. Siento la pesadez de sus miradas destruyendo, pulverizando, desapareciendo todo rastro de mi masculinidad. Me chorreo por el sillón para que nadie me pueda ver por la gran ventana del lugar, miro el techo y ruego que la gran dorada, brillante, puntiaguda y fina araña me caiga encima y acabe con mi sufrimiento.

Entonces un sonido extraño capta mi atención, al principio no logro distinguir bien que es pero entonces éste empieza a hacerse más fuerte conforme se viene acercando al lobby. Noto que la recepcionista entra al lugar y está al teléfono conversando con alguien muy cercana a ella, lo deduzco por la informalidad de su tono de voz. Al momento que pasa por mi lado ella suelta una carcajada fuerte, ruidosa y temeraria que hace que los pelos se me pongan en punta. “Puta madre la tía se ríe igual que una bruja maléfica de cuento de hadas”, pienso. Ella vuelve a soltar otra carcajeada y me siento en la necesidad de salir huyendo del lugar gritando como si estuvieran a punto de matarme, envenenarme o comerme vivo. Es como si la recepcionista supiera de mis temores internos y se regocijara de ellos, los saboreara y le gustara. “Si sale con alguna manzana o bocadito a probar ni cojudo le aceptes”, me advierto.

Vuelvo a mirar la hora y ya han pasado 20 minutos desde que se supone que debió de comenzar mi cita. Una línea curva a manera de fastidio se forma en mis labios y hace que me olvide de mis miedos. “A la mierda, me levanto y me voy”, me digo a mi mismo. Es decir yo vine por mi voluntad y con la misma recojo lo que me queda de dignidad y me largo. Decidido hasta los huesos, guardo mi relato en mi móvil y a este lo pongo en mi bolsillo, me acomodo la casaca y entonces cuando estoy a punto de pararme escucho a la bruja, digo la recepcionista, llamarme para que pase al consultorio y ser atendido por la masajista, desencadenando nuevamente una serie de escalofríos y temores.

[***]

Si bien tuve que tragarme mis prejuicios machistas, debo confesar que la experiencia no fue tan mala como pensaba; al contrario, resultó enriquecedora para crear este cuchufleto post. Ahora puedo decir que sobreviví y que mi masculinidad se mantiene intacta, aunque si digo que quiero volver ésta ¿quedaría en tela de juicio?




Acerca de Giancarlo
Soy un poliedro lleno de aristas, rincones, luces y sombras...
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