martes, 8 de julio de 2014

El precio de la salud

El sueño de toda persona cuando se convierte en padre es que su hijo se convierta en una persona responsable, importante, honorable, justa, humilde, equitativa, solidaria; es decir que sea una persona de bien con todas las letras del caso. Un padre tiene expectativas de vida, quiere lo mejor de su hijo y que este responda de la misma manera: dando todo de si por ser ese prototipo de ser que su padre visualizó.

Creo que no me equivoco cuando digo que el mejor sueño de un padre es que su hijo(a) sea un doctor.  Ser doctor es la profesión más noble que puede existir ya que con ella somos lo más solidarios posible; ayudamos a los enfermos, mejoramos  vidas y en casos extremos se la arrebatamos de las manos de la muerte para devolverla a quien pertenece. Ser médico es una procesión admirable, noble y respetable ya que sin ellos el mundo, en pocas palabras, se iría a la mierda. Admito que un tiempo pensé en ser esa persona que ayuda al prójimo sin ninguna distinción, sin poner pretextos y sobretodo que lo hace por el compromiso que conlleva la carrera. Sin embargo, hace aproximadamente dos semanas mi concepto y respeto a los nobles galenos se paso por el inodoro junto con mi té, mis dos panes con jamonada y el alfajor que cené aquel día.


1

Mi padre tuvo un pequeño accidente, digo pequeño porque en aquel momento no me pareció tan grave, él se torció el pie cuando bajaba (caía) de la escalera. El pie se le había doblado, literalmente, 90 grados. Parecía como si llevara algo inerte colgando de su pantalón. Ante el hecho mi madre blanqueó los ojos y la mandíbula se le chorreo hasta el suelo, yo casi estuve en la misma situación, tramos de ayudarlo a llegar a la cama, mientras su expresión de dolor se intensificaba. “¡Llama a los bomberos!” gritó mi madre con un tono de ira, pero más que ira era miedo de la impotencia que no sabia que hacer para que su esposo recuperara la paz que hacia unos segundos había tenido.

Corrí y llamé a los bomberos para que me auxiliaran en la situación en la que me encontraba. Sin embargo estos me dijeron que no podían enviar una ambulancia por una torcedura y, más aun, porque mi papá estaba consciente. “¡Que carajos!” pensé. Tanto mi madre como yo pensábamos que los solidarios y comprometidos amigos de uniforme rojo nos podrían ayudar pero nos equivocamos. Mientras que en Estado Unidos los bomberos te asisten hasta cuando un gato se sube al árbol y no puede bajar, acá una persona tiene que “perder la consciencia” para que los mismos muevan el trasero.

Indignado llamé al hospital más cercano a mi casa. Este resultaba ser un nosocomio con un nombre religioso que te invita a la confianza de que sus labores sean las más puras y divinas que pueda existir: El “Hospital Santa Rosa”. Es más, este centro pertenece al Ministerio de Salud, es decir, al Estado. Un Estado que se supone que busca mejorar la calidad de vida de un país, además de resguardarla y socorrerla. Sin embargo, otra vez me di un portazo en la cara.

Desde un inicio para que atendieran mi urgencia tenía que pasar por un engorroso trámite y ejecutar la inversión monetaria del caso. De suerte mi madre tenia algunos ‘chibilines’ en su monedero. Con todos los requisitos completados, mi madre corrió con mi padre en una silla de ruedas que le proporcionaron en dirección a la sala de urgencias. Yo fui impedido de entrar ya que solo se permitía el ingreso de un pariente por paciente. Arqueé la ceja por tan estúpida regla pero comprendí el motivo. Segundos, minutos, horas pasaban y pasaban y no sabía nada. Cada vez que la puerta se abría para dejar entrar o salir a alguien yo me empinaba y estiraba el cuello para saber que pasaba en aquel lugar prohibido. De rato en rato veía a mi mamá como cuy en tómbola dando vueltas de un  consultorio a otro.

Frustrado me senté en la sala de espera que estaba cerca de la puerta de ingreso, la cual era manejada por un guardia de seguridad, quien cual semáforo de tránsito, permitía o bloqueaba el ingreso o salida de las personas al lugar. En medio de mis abstractos pensamientos escuche la voz de una mujer. Su voz tenía un matiz preocupante y desesperado a la vez. “Por favor mis dos hijos están que vuelan en fiebre. ¡Tienen más de 40!” exclamó la madre. Al voltear la vi en la acera del nosocomio impedida de entrar por la reja, ya que estaba cerrada y era manipulada por mencionado  vigilante; ella se encontraba cargando un pequeño de no más de tres años, bien abrigado con una colcha. Al lado de ella estaba un señor, quien después supe que era su esposo, cargando a otro pequeño casi de la misma edad, igual de abrigado y el cual tenía el rostro adormilado por la fiebre.

Al ver al pequeño tuve un “flashback” de mi infancia. Recuerdo que de pequeño siempre había sido un chibolo enfermizo, débil y que cualquier cosita era pretexto para que terminara despabilado en la cama y volando en fiebre. Recuerdo lo frustrante que era ser una carga, una molestia, un gasto para mi pobre madre, quien renegando por mis involuntarios descuidos me llevaba al médico a que me recete algo para calmar al infeliz adefesio que era. Ver a esa madre al borde de la desesperación me traía esos recuerdos. Recuerdos que me creaban más frustración porque entendía bien lo que era estar enfermo y no saber que hacer en ese momento.

El portero, sin dejarla entrar, se dirigió a una de las asistentes –la misma que no me dejó a entrar a urgencias- para preguntarle que hacer en tal caso. Al minuto salió y desde la puerta le dijo que no podía atenderla ya que no había pediatra disponible.
– Señora, lo siento pero el pediatra está en una conferencia y Ud. Sabe que por la huelga médica estamos escasos de personal- dijo la encargada.
– Señorita mis hijos están que vuelan en fiebre, ¿no hay nadie que pueda atenderlos? Suplicó la madre.
– No, lo siento.

En serio eso era todo lo que tenía que decir. En un hospital del Estado, al cual pertenecemos todos, ¿no había ni un solo médico, fuera la especialidad que fuera, que pudiera examinar una simple fiebre y descartar si es algo grave o no? Apreté el puño de impotencia mientras veía tal lamentable escena, donde una madre insistía ante la negativa del hospital por atenderla, no directamente ella, sino a dos pequeñas criaturas que desconocen como el sistema de este país poco a poco se va pudriendo, convirtiéndose en una inmundicie, una mierda; que nadie quiere limpiar.

La asistenta se dio media vuelta y dejó que la señora siga pidiendo por ayuda en las afueras del hospital. El esposo de esta, indignado, ingresó para exigir hablar con alguien más pero su pedido se le fue denegado alegando que no había personal. ¿Donde chucha están los médicos entonces? ¿Dónde está su compromiso hipocrático? El cual cada vez suena a hipócrita y parece un saludo a la bandera. Minutos después, indignados por no encontrar ayuda en el hospital del Ministerio de Salud, que reitero pertenece al Estado, se fueron en busca de ayuda.

Una largas horas después vi a mi madre empujando, nuevamente, la silla de ruedas, solo que esta vez mi la pierna de mi padre estaba enyesada. El preocupado semblante de mi madre me hizo dar cuenta que algo no estaba bien. Nos ubicamos en un lado y me dijo “tu papá se ha roto dos huesos: la tibia y el peroné”, mi pobre conocimiento en medicina y sobretodo en anatomía me ubicó en la difusa situación. Sin embargo sé que una fractura de hueso es de por sí jodida. Pero eso no era todo, de acuerdo con el médico mi papá se tenía que someter a una operación para que pueda volver a caminar. “Hay que ponerle una placa con algunos clavos para acomodar el hueso porqué este no quiere encajar”, agregó mi mamá. De acuerdo con el doctor que la atendió la operación se debía de hacer ya pero habían dos detalles: primero que solo la operación me salía al módico precio de 5 mil soles; segundo que tenía que comprar los implementos aparte los cuales ya no se valorizaban en soles sino en dólares. Mi cabeza entró en transe por las operaciones matemáticas que realizaba ¿De dónde mierda sacaba tantísima plata y en tan corto tiempo? Entonces al igual que la madre con sus dos pequeños, cogí a mi padre y me lo llevé a casa.


2

Abrí los ojos temprano, casi no dormí bien por la preocupación del día anterior. ¿Cómo íbamos a hacer para operar a mi papá si es no contábamos con el dinero? ¿Es que en este país prima el dinero? Si, creo firmemente que sí. Aquella noche en el hospital me di cuenta que la medicina de antes con la de ahora ha cambiado ampliamente. La carrera médica ha dejado atrás lo valores, el compromiso por ayudar y la honorabilidad que conlleva para convertirse en una carrera lucrativa más.

Sumergido en mi frustración no dejaba de pensar en qué haríamos mi madre y yo para solucionar este problema. Y es que gracias a Dios jamás he sufrido alguna caída que conlleve a fractura. Puedo decir que estoy entero, por ahora. De pronto escuche pasos cerca de la sala y pude notar que mis padres ya se habían despertado, por consecuente hice lo mismo. Me puse de pie, me cambie y esperé a que sea la hora de salir. Esta vez iríamos al últimamente muy mentado Seguro Social de Salud (EsSalud), un centro médico que corresponde a todos los trabajadores que invierten su plata (muchas veces por obligación de las empresas) para ser atendidos ante cualquier urgencia y, en el por de los casos, emergencias médicas.

Ayudé a mi papá a salir de casa, paré un taxi y nos dirigimos al susodicho hospital, en donde desde primera instancia me dijeron que lamentaban no poder atenderme porque no contaban con un área de traumatología, sin embargo me derivaron a otro hospital de la misma red: “El Hospital Rebagliati”, un hospital que me vio nacer  y a cual le tenía gran cariño no sé porque.

Desde un comienzo dicho hospital mostró algo de resistencia pero terminó aceptando atendernos aunque después de casi ocho horas de espera. Tranquilamente pude haber cumplido mi día de trabajo y regresar en vez de tener el poto aplastado en un silla y perdiendo el dinero que buenamente pude haber ganado aquel día y haberlo usado en cualquier urgencia que mi estresado e irritado padre necesitara. La espera lamentablemente no valió la pena ya que al final me digan no hay cama, no hay personal, no podemos internar a tu papá.

Me reprogramaron la cita para la siguiente semana en donde después del mismo horario laborable nos aceptaron. Mi padre por fin pudo internarse. En ese momento mi madre suspiramos de alivio. ¡Por fin operarían a mi papá! ¡Por fin podrá recuperarse! ¡Por fin…!

La alegría creo que duró ocho horas más –como si tuvieran un reloj programada para ello- para que entonces recibiéramos una llamada en donde nos indicaron que pasáramos por el hospital para recoger a mi papá y lo volviéramos cuando a la huelga médica le de la gana de culminar. ¡¡Qué tal concha!! ¿Es así como la señora Virginia Baffigo dirige EsSalud? ¿Con esa clase de médicos que más parecen que trabajan por codicia que por compromiso? Honestamente esta situación era una burla no solo para mí sino para todas las personas que que además de mi papá estaban ahí en igual o peor estado que él y los tenían paseando, gastando su dinero en pasajes, maltratándolos e ilusionándolos de que por fin serán atendidos para que cuando lleguen al hospital, a aquel santuario de sanación, les tiren la puerta en la cara. Eso definitivamente es una sacada de dedo medio de la peor manera. Incluso de acuerdo con mi padre dos personas murieron e la dichosa sala de espera debido a la falta de atención. ¡Eso ya no es un santuario eso es un matadero!

Ya van casi dos semanas en las que sigo en angustias, en las que cruzo los dedos, aprieto los ojos y rezo para que toda esta problemática en el sector salud llegue a su fin. Mi padre tiene días en los que amanece deprimido y noto como mi madre se preocupa, se frustra, se fastidia y reniega por no poder darle una solución al dolor de mi papá, por no poder encontrar la plata necesaria para llevarlo a atenderse a un hospital particular, ya que está probado que la salud tiene un precio y uno muy caro que solo sirve para alimentar el ego y el complejo de Dios que tienen algunos dirigentes.

[***]
 
En el momento de ser admitido como miembro de la profesión médica, ante mis maestros y en esta Facultad de Medicina que me enseñó todo cuanto sé,  juro que:
  • Consagraré mi vida al servicio de la humanidad.
  • Guardaré a mis maestros el debido respeto y gratitud.
  • Practicaré mi profesión con conciencia y dignidad.
  • La salud de mis pacientes será el objetivo prioritario de mi trabajo.
  • Respetaré los secretos que me fueren confiados en todo aquello que con ocasión o a consecuencia de mi profesión pudiera haber conocido y que no deba ser revelado.
  • Consideraré a mis colegas como a mis propios hermanos y no formularé a la ligera juicios contra ellos que pudieran lesionar su honorabilidad y prestigio.
  • No permitiré que prejuicios de religión, nacionalidad, raza, partido político o nivel social se interpongan entre mi deber y mi conciencia.
  • No prestaré colaboración alguna a los poderes políticos que pretendan degradar la relación médico-enfermo restringiendo la libertad de elección, prescripción y objeción de conciencia.
  • Guardaré el máximo respeto a la vida y dignidad humanas. No practicaré, colaboraré, ni participaré en acto o maniobra alguna que atente a los dictados de mi conciencia.
  • Respetaré siempre la voluntad de mis pacientes y no realizaré ninguna práctica médica o experimental sin su consentimiento.
  • No realizaré experimentos que entrañen sufrimiento, riesgo o que sean innecesarios o atenten contra la dignidad humana.
  • Mantendré la noble tradición médica en lo que a publicidad, honorarios y dicotomía se refiere.
  • Procuraré mantener mis conocimientos médicos en los niveles que me permitan ejercer la profesión con dignidad y seguridad.
  • Si llegado el día en que mis conocimientos o facultades físicas o sensoriales no fueran las idóneas para el ejercicio profesional no abandonase éste voluntariamente, pido a mis compañeros de hoy y de mañana que me obliguen a hacerlo.
  • Hago estas promesas solemne y libremente, bajo Palabra de Honor, en memoria de todos los que creen o hayan creído en el honor de los médicos y en la ética de sus actuaciones.

¡Qué bonito queda pero que poco se cumple!



Acerca de Giancarlo
Soy un poliedro lleno de aristas, rincones, luces y sombras...
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