miércoles, 18 de junio de 2014

Quejas y mentiras

Si importar cuantas advertencias recibamos, nos gusta retar a vida, a las personas, al peligro. Quizás la sesanción de la adrenalina que liberamos cuando actuamos en contra la corrriente sea lo que no mueve a cometer travesuras. Esa deliciosa sensación que recorre nuestro sistema, desde nuestra cabeza hasta los pies. Hacemos con más ansias lo que se nos dice que no hagamos, aunque algunas veces nuestras acciones responden a pura maldad y otras a pura estupidez.

1
En la oficina últimamente se han reportado varias quejas. De acuerdo con los directivos, muchos escritores están cometiendo no errores sino horrores ortográficos, de sintaxis y en el peor de los casos en los nombres de los funcionaros públicos. Cambiar o escribir el nombre de un ministro, una alcaldesa o algún otro personaje de nuestro circo político es el peor de los errores. Es la madre de los errores creo –o así me lo han hecho entender porque yo también cometí un error garrafal de esos en mi primer día-

Hace unas semanas nos dieron un llamado de atención a todos los redactores por los motivos previamente explicados y otros sobre tardanzas y faltas (los cuales felizmente jamás he incursionado). “Los clientes se están quejando constantemente” indicó uno de los supervisores. Y pese a amenazarnos con despedirnos, bajarnos el sueldo, hacernos roche publicando nuestro nombre en la pizarra de oficina resaltando cuales eran nuestros errores; la tasa de errores se redujo en un porcentaje bajo. Po experiencia creo que se debe a un tema de tiempo más que de terquedad ya que la presión que se tiene al publicar una noticia puede hacer al más hábil fallar.

Por ello cada vez que ocurre un error todos quedamos en silencio, nos confabulamos por miedo para no ser reprendidos. Evitamos dar un pie adelante y confesar que hemos fallado, que quizás no estamos haciendo las cosas bien y que quizás no estamos preparados para el trabajo. ¿Será que guardar silencio hasta ser descubierto es igual que mentir? Tal vez lo es. Y es que son tantas opciones que recorren la mente de una persona en base al miedo y sobretodo a la carajeada que podría venir luego de ello.

2
Hace algunos años mi vecino decidió vender su casa a una familia que parecía de lo más amigable. Todo eran sonrisas, buenos modales; sin embargo había algo en aquella familia que no me daba confianza. "No puede existir gente tan buena” pensé. Y no me equivoque. Aquella familia era un lobo disfrazado de oveja, un pederasta con sotana, una rosa con espinas.

Desde el momento que compraron la casa dijeron que iban a construir solo dos pisos para mejorar la calidad de la vivienda ya que esta era d adobe, era antigua y necesitaban espacio. Los vecinos aceptamos. La construcción se suponía que duraría alrededor de un año. Un año en los que el polvo invadió mi casa, al igual que las cucarachas y otras alimañas. La bulla no me dejaba oír la televisión. El pasaje de nuestra casa estaba destruido y parecía peor que pueblo joven. Mi cuarto se vio afectado durante la construcción. El agua la cortaban a cada rato… Lo peor de todo es que los dos pisos que aquella familia había prometido hacer terminó siendo un edificio de cuatro pisos, por ende la construcción se tuvo que extender un poco más.

Un tiempo después se supo que el propósito de aquel edificio no era para aquella familia sino que era con el fin de alquilarlo a sabrá Dios quien. Los vecinos al enterarse se quejaron ante la familia por haberles engaños y también ante la Municipalidad ya que, por ser una quinta, no estaba aparentemente permitido hacer una casa de esa magnitud. Lo lamentable fue el portazo que nos dimos en la cara al ver que nuestros reclamos no eran escuchados. “Esa familia tiene contactos en la Municipalidad” me comentó una vecina. Resignados, tuvimos que aguantar a que el caos que generaba la construcción terminara.

Por aquel edificio han pasado varias familias. Algunas tranquilas y otras un poco locas. Sin embargo jamás tuvimos problemas con la gente que venia a vivir a aquel condominio. No hasta hace algunos meses.

3

Hace cinco años mi madre, por muy extrañas razones, aceptó que yo tuviera un perro. Mi madre siempre renegaba cada vez que se lo pedía. “No hay espacio”, “¿Quién va a limpiar su mierda?”, “a las justas estas con tu vida como para hacerte cargo de otra”, “Votan mucho pelo” “Ladran demasiado”. Esas eran algunas de las excusas que mi mamá ponía ante mis suplicas y debo admitir que no se equivocó en ninguna de ellas. Mis promesas de ser responsable y dedicado fueron más falsas que un “Made in China”.

Lo curioso del caso es que una vez que “Princesa” (así se llama mi perro) llegó a la casa hizo que algo cambiara en mi mamá. Un instintito hasta maternal surgió en ella cada vez que veía al animal acercársele y moverle la cola. Princesa se volvió nuestra adoración, nuestro nuevo miembro de la familia al que le dábamos los cuidados que su nombre amerita.

Un día me encontraba en mi cuarto y escuché como si estuvieran tirando algo a mi patio. Hice de oídos sordos y pensé que Princesa estaba jugando. Al rato el animal se asomó a mi cuarto y se hecho en la puerta del mismo. Yo me centré en mis quehaceres de la computadora y todo parecía estar bien. Sin embargo al rato vuelvo a escuchar como si tiraran algo. Volteé repentinamente a ver Princesa y ella se encontrada echada con los ojos abiertos y mirándome pasmada por mi reacción. Fue entonces que escuche un cuchicheo y vi como un pedazo de mandarina era arrojado a la cara de mi perro.

Enardecido y cegado por la ira que me provoco ver esa acción. Salí al patio y logré ver como dos mocosas del último piso del edificio que habían construido hace años al costado de mi casa se escondían al verme. Mi ira me llevó a soltar un muy colorido bagaje de frases y palabras que harían persignarse hasta el más ateo. En ese momento no pensé en los vecinos ni en nadie solo en el pobre animal al que injustamente estaban molestando. Luego de mi hazaña di media vuelta; cogí a mi perro; la metí en mi cuarto; y le dije: “Todo está bien descansa tranquila.”

Lamentablemente este hecho se repitió un par de veces más. La última fue hace una semana atrás en la que volví a gritarles a aquellas mocosas con ajos, cebollas, pimienta y comino. Un menú grotesco y asqueroso salió de mi boca. Jamás pensé que podría tener un vocabulario cochino, pero debo confesar que cuando se trata de defender al débil o alguien a quien estimo me desconozco. “Voy a quejarme con su madre mocosas #$%&€.” finalice, para luego regresar a mi cuarto.

Y así fue hoy estaba entrando a mi casa cuando vi a la madre de las susodichas entrando a su casa. Me acordé de mi promesa lanzada a boca de jarro y fui a pedirle que tomara acciones ante mis reclamos. Grande fue mi impresión cuando, después de haber escuchado todas mis quejas, la señora me mirara torciéndome los ojos, moviera su nariz como si algo le apestara y me dijera “Usted esta inventado cosas. Es un mentiroso.” Si no se me cayó la mandíbula en ese momento fue porque la ira e impotencia me volvieron a invadir ante aquel acto de encubrimiento. No podía creer que la señora sea tan imparcial y sin ninguna pisca de objetividad ante mis acusaciones. Ella protegía a su hija como un abogado protege a un criminal que dice ser inocente a pesar que las pruebas lo condenan. Me puse algo más fuerte, cambie el tono de mi voz un poco grave e insistí con mis reclamos.

- Señora yo a usted no la conozco…
- Yo tampoco lo conozco. –me interrumpió-.
- Por eso mismo, yo no soy ningún loco para venir acá a reclamar algo que yo mismo he visto. –exclamé algo ofuscado-.
- Mi amor ¿tú le has tirado cosas al perro del señor? –dijo la tipa mirando a su hija a quien un poco más y se le salían los ojos.
- No –respondió sínicamente la mocosa moviendo su cabeza para darle énfasis a su respuesta.
- ¡Yo las he visto señora! –insistí-. Cuando he salido al patio a llamarles la atención las he visto esconderse rápidamente. No tengo porque mentirle, no soy ningún loco para reclamarle sin fundamentos. Piense un poco pues.

La señora miro a su hija; me miró a mí y me volvió a torcer los ojos. Se agachó a recoger unas bolsas que traía y se dio media vuelta disponiéndose a entrar a su casa.

- Bueno… en caso fuera “cierto” lo que usted dice, no volverá a pasar. –Dijo para luego meterse a su casa y yo procedí a hacer lo mismo.

En mi época me hubieran dado una paliza si mi madre hubiera recibido alguna queja mía, felizmente jamás hubo necesidad de llegar a ese extremo, pero siempre estaba advertido y eso funcionaba. Sin embargo, los mocosos de ahora no tienen el más mínimo respeto a los adultos y ni les importa mentir evocando el nombre de su madre. Es aquí cuando pienso que no estaría mal aplicar el servicio militar obligatorio.



Acerca de Giancarlo
Soy un poliedro lleno de aristas, rincones, luces y sombras...
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