jueves, 31 de julio de 2014

El gran 28


Cada 28 de julio los peruanos celebramos el aniversario de la independencia de nuestro país. Aquel fue el día en el que el libertador don José de San Martín proclamó la Independencia del Perú en 1821. Ese día está lleno de actividades que se inician con los veintiún cañonazos, como preámbulo de la ceremonia del izamiento de la bandera y la entonación del Himno Nacional; para luego asistir a una misa y Te Deum en agradecimiento a Dios por los buenos años que se han desarrollado (pese a que sea mentira). Acto seguido el presidente de la nación se dirige al Congreso para dar un protocolar, extenso y memorista discurso. Pero más allá de todo el estricto esquema diseñado lo que los peruanos celebramos más son los feriados en donde chupamos como vikingos hasta morir meados por los perros.

Recuerdo que cuando era pequeño mi familia solía reunirse en la casa de mi abuela para celebrar las actividades patriotas. Mi abuela era muy respetuosa y cívica de estas fechas, pero sobretodo era una miedosa de las multas, por lo que desde el primero de julio ella ya se encontraba izando su bandera que ella misma había cosido. Colocaba un palo de escoba viejo envuelto en papel blanco y lo sostenía con un grupo de ladrillos. Para evitar que el mal viento de invierno se llevara su hazaña, ataba unas sogas a lo largo del mango y lo aseguraba con algunos fierros de una de las columnas que estaba cerca. Ella admiraba su mamotreto que había armado en el balcón de su casa y luego, para darle vida,  cogía un palo y empezaba a zarandear la tela para que esta flameara ostentosamente. Cuando esta agarraba el ritmo del viento mi abuela se sentía satisfecha, sentía que estaba cumpliendo con sus labores cívicas y evitando ser multada a la misma vez.

Algo que nunca entendí era por qué a los minutos que mi abuela había puesto su bandera tan orgullosamente, ésta terminaba envolviéndose como un chupete alrededor del enclenque palo. Una expresión dura se dibujaba en su rostro, torcía los labios, fruncía el ceño y expresaba su malestar en voz alta. “¡¡Bandera de mierda!!” espetaba con ira mientras buscaba la forma de desenredar la tela de su improvisado estandarte. Con alegría o ira ese fue rutinario hábito cada mes julio de cada año. Cuando los años pasaron y ella ya no podia subir las escaleras, se aseguraba que algunos de sus hijos colocará la bandera tal cual ella lo hacia. La flojera que invadía a mis tíos era expresada sin tapujo, a lo que ella respondía "¿Tú vas a pagar la multa carajo?". Cabizbajo, apretando los dientes y respirando agitadamente cogian los simbolos patrios y subian al balcón. Para asegurarse de que ellos cumplieran con la orden, la anciana salía al patio lentamente y cogeando, y desde allí, cual directora de orquesta, dirigía a sus hijos para que cumplan al pie de la línea su mandato.

Cada 28 de julio la casa de mi abuela era el escenario de una gran comida protocolar. Diversos potajes criollos se preparaban en sus manos, mientras que mis tíos se abastecían de algunas cervezas para amenizar la tarde. Mi abuela renegaba de ver tomar a sus hijos, no le encontraba el sentido de beber licor. Ella relacionaba el alcohol con vulnerabilidad, violencia, un arma mortal contra la salud. “¿Ya se van a poner a chupar?” preguntaba fastidiada, mientras fulminaba a sus hijos con la mirada. Estos a su vez apretaban los ojos e inclinaban la cabeza como rogándoles que los excusara por última vez, aunque ella sabia que eso no sería así. La veterana torcía los ojos en coordinación con los labios y se daba media vuelta renegando entre dientes y diciendo cosas como “Puros meados de burros toman”, “A mi me van  a ser la cojuda que esta vez será la última”, “¿Por qué mis hijos son borrachos señor?; en el peor de los caos se ponía a imitar a los borrachos de la cuadra en sus gestos, su andar y hablar. Debo decir que la interpretación era demasiado exacta e hilarante.

Pese a que le molestaba ver tomar a sus hijos, la octogenaria siempre estaba atenta a lo que estos hacían. De rato en rato se acercaba a la mesa y les preguntaba si deseaban algo de comer o en el peor de los casos se ofrecía a prepararles algo que se ajuste más a sus paladeares. Mi abuela cuidaba a sus hijos pese a que estos no le respondieran como ella deseaba; los mimaba y engreía como si se tratasen de niños. Al margen de todo su instinto materno salía a flote. De acuerdo con ella, una madre siempre debe cuidar de sus hijos aunque estos fueran por el mal camino; por eso ella siempre los iba a amar aunque no compartiera sus estilos de vida, precisaba.

A mí siempre me ha agradado ver a mi familia reunida bajo un mismo techo. Oírlos conversar con una soltura y gracia me hacia feliz. Prefería mil veces estar junto a ellos que ver la televisión, aunque también por aquellas fechas cívicas la programación es aburrida. No me imagino un niño de 10 años oyendo el Te Deum o el discurso del presidente. No hay forma. Mientras otros prefieren salir a corretear con sus compañeritos de la cuadra, yo prefería contemplar a mi familia reunida comiendo, bebiendo, conversando, siendo feliz; estoy seguro que mi abuela también lo disfrutaba.

El 28 de julio de este año 2014 fue el que marcó más la diferencia. En esta ocasión no hubo comida ni cerveza. Mis tíos no se reunieron, ni tampoco se molestaron en llamarse. Ni siquiera hubo una bandera izada en el balcón, ni mucho menos hubo mi abuela. A un año de su partida me di cuenta que ella tenia razón en muchas cosas, una vez que ella ya no estuviera en este mundo nada iba a ser igual. Confieso que añoro esas épocas en donde todos éramos felices, o al menos aparentábamos serlo; cuando nos reuníamos en la casa de mi querida abuela a celebrar las fiestas patrias. Ahora el único gran 28 del cual he podido ser testigo es el de la talla de mi pantalón, el cual ahora ha sufrió las consecuencias de mi descuido alimenticio. Este decidió explotar atorrantemente en estos días para decirme que estoy subido de peso, y que debo o bajar de peso o cambiar a una talla superior. ¡Horror!




Acerca de Giancarlo
Soy un poliedro lleno de aristas, rincones, luces y sombras...
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