lunes, 28 de abril de 2014

No tan dulces sueños

En la vida existen amores que nunca pueden olvidarse, dice una canción. Quizás tenga razón. Y es que no importa cuánto digamos que ya no nos importa una persona, conscientemente puede que eso sea cierto pero inconscientemente la realidad es irónicamente alejada de lo que pensamos.



Estaba en mi cama, acostado, tratando de dormir. Al día siguiente tenía que trabajar temprano. Después de varias vueltas y de encontrar la posición más cómoda, pude encontrar la paz que buscaba. Lamentablemente esa paz no me siguió hasta el mundo de los sueños.

Abrí los ojos y me encontré en un escritorio lleno de papeles; al observar de que trataban, descubrí que consistían en exámenes, solo que no eran míos. Un suspiro alivió el stress que mi mente ya había empezado a generar. Al mi costado derecho había un cuaderno, aparentemente era un registro de notas; otra vez, no era un registro de mis notas. Al leerlo noté una lista de nombres. Al costado del cuaderno se encontraba un lapicero, con lo que finalmente me di cuenta que yo era quien estaba llenando aquel registro con las notas de los exámenes que aparentemente yo había corregido.

Me apresuré a llenar el libro. No sé por qué pero sentía que tenía la urgencia de hacerlo. Luego de llenar aquella libreta, me puse de pie y me la llevé conmigo. En mi camino noté que esa libreta le pertenecía a un ex amor mío: K. “Mierda”, pensé mientras corrí a encerrarme al baño. Sentí una agitación en el pecho. Mis nerviosos se pusieron de punta. No entendía que hacía con aquella libreta ni por qué me ponía tan nervioso.

Me senté en el baño para relajarme cuando la puerta sonó. “Ay carajo ahora quien será” pensé. No dije nada y me quedé esperando a oír a alguien, aferrando a mi pecho aquella libreta. “Gian, apúrate y dame esa libreta” dijo una voz masculina conocida. Se trataba de un familiar mío, lo supe por el tono de voz y por haberme llamado “Gian”, ya que solo mi familia y algunos amigos cercanos me llaman así.

La voz era de mi primo Richard, pero eso no fue lo que asombró sino el hecho de que me pidiera la libreta a la cual me había aferrado y que pertenecía a K. “¿Qué demonios quiere con ella?” pensé. Abrí la puerta y salí algo temeroso.

– “Dame la libreta que la necesito.” reiteró.
– “¿Para que la quieres?” Pregunté.
– “La necesito.”
– “Pero dime para qué…” insistí algo ofuscado.
– “Solo dámela.” Preciso.

En medio de la discusión que estaba formulando me desperté. Abrí los ojos suavemente, algo aturdido, sin comprender que pasaba. Me sobe los ojos y me di media vuelta. Fue entonces que parte de mi cerebro reprodujo los eventos que había diseñado y volví a abrir los ojos. Mire el reloj. Eran las 3:00 a.m. Sentí que mi expresión se tornó dura al recordar lo que había soñado.

Trate de minimizar la importancia y volver a dormir pero fue imposible. El rostro, el cuerpo, la voz y la actitud de K comenzaron a materializarse en mi mente. “Puta madre” pensé algo ofuscado. Y es que K y yo nos habíamos alejado sin saber por qué, solo habíamos dejado rienda a nuestra dejadez y actitud parca hacia las relaciones. Lo malo de ello era que K aun me importaba, por ende aun le pensaba y al hacerlo aún me dolía. “Mierda de vida la mía” pensé.

Aplasté mi rostro en la almohada y trate de obligar a mi mente a no atormentarme de esa forma. No quería pensar en K ni en nada a esas horas de la madrugada. Sentía a mi mente y mi cuerpo agotados y cediendo ante el cansancio probablemente eso me ayudaría a dormir. Mi cuerpo empezó a entumecerse y a ponerse pesado. Empezaba a relajarme cuando sentí un peso en mis pies, como si alguien se hubiera sentado sobre ellos. Mis sentidos se pusieron alerta pero mi cuerpo no respondía. “Ay conchesumare” pensé a la vez que trataba de soltarme de la parálisis que se había apoderado de mi cuerpo.

Apreté los dientes lo más fuerte que pude y logré tomar control de mi cuerpo. Me empecé a samaquear como una trucha epiléptica fuera del agua para tomar el control total de mi cuerpo. Me senté rápidamente en la cama y mire alrededor del oscuro cuarto que se encontraba ligeramente iluminado por la luz de la calle. Solo estábamos el aire y yo en la habitación. Una ligera brisa caliente paso por mi rostro y me volví a acostar. Me persigne en nombre de mi abuela y le pedí que me ayudara a poder encontrar paz y así descansar pero no eternamente solo por un par de horas.

Me volví a echar y cerré mis ojos. Los sucesos que habían pasado daban vuelta en mi cabeza y la idea de que mi cuarto estaba poseído por algún demonio me invadió. Volteé la almohada para que mi rostro tocara la parte fría de la misma y de paso se me enfríe el cerebro; quizás así deje de pensar en cojudeces y logre dormir. Algunos largos y eternos minutos después, y luego de innumerables poses que dejarían chico al kamasutra, logré conciliar mi tan ansiado sueño pero eso no duraría por mucho.

Esta vez mi mente, ahuevada por el sueño, me llevó a la casa de mi madrina. Me encontraba en la sala y con una sensación de urgencia. Me dirigí a la cocina a buscar algo de comer pero no encontré nada. Renegué porque quería comer. Fue entonces que en mi propio sueño empecé a analizar mi anterior sueño. “¿Por qué tengo que soñar con K?” pensé. Y es que ahora que mi vida estaba ligeramente estable, mi mente traía a colisión el recuerdo de K. Pensaba que mi mente me estaba jugando una broma de mal gusto sin imaginar que me en ese momento me estaba jugando otra más.

Salí de la cocina de mi madrina y escuché algunos pasos en el segundo piso. Caminé hacia la salida, esta vez llevaba conmigo una maleta. Parecía que iba a estudiar o algo así. Como si se tratara de un cuento de hadas o una película de ficción barata, di una vuelta y me encontré en la calle, junto a mi abuela y mi tía.

– “Vamos hijito, apúrate.” Dijo mi abuela.
– “Madre yo puedo ir solo.” Dije con fastidio.
– “No. Vamos con tu tía porque las calles están peligrosas hoy en día” finalizó mi abuela y emprendió la marcha junto a mi tía.

En ese momento me sentí como un niño indefenso en el cuerpo de un hombre de 24 años. “Que roche” pensé, pero recordé que mi abuela siempre ha sido sobreprotectora con todos, hasta con sus hijos que tenían como 60 años. Cada vez que se iban en la noche se ponía nerviosa y se ofrecía  como voluntaria de seguridad para defender a sus hijos en caso un maleante tratara de hacerle algún daño. No sé qué es lo que la pobre anciana haría en un atraco pero en cuanto se trata de defender a su familia no le importaba sacarse la casetera de dientes y lanzarla como una profesional olímpica en el lanzamiento de jabalina (en este caso casetera de dientes) para romperle la cabeza al choro y frustrar sus malintencionadas acciones.

Caminamos por las calles del barrio en que había crecido junto con mi abuela y mi tía. Entramos por unas calles oscuras por las que solían llevarme cuando iba al nido. Me sentí como un niño adefesio que usaba un mandil blanco de vendedor de comida otra vez. Llegamos hasta una puerta inmensa en medio de las calles urbanas del distrito. Tenía algunos diseños raros y de mal gusto, en medio de la misma noté unas esperas turquesas que adornaban la puerta; por la calidad del lugar, lo más probable es que no se traten de esmeralda sino más bien de bisutería barata.

Las puertas de abrieron de par en par automáticamente como si se hubiera percatado de nuestra presencia. Dentro de la puerta divisé un pasaje largo y angosto. Algunas puertas se encontraban en aquel estrecho pasaje. Me sentí intimidado. Aquel lugar no tenía buena pinta y todo mi ser se rehusaba a entrar pero mi abuela y mi tía entraron y me apuraron para que yo lo hiciera también. Con miedo y algo aturdido entré en aquel pasaje. Una de las puertas del interior se abrió y mis familiares entraron, acto seguido, con curiosidad y sin cuestionar, hice lo mismo.

Dentro de la vivienda se encontraba una familia, la cual mi abuela y mi tía saludaron como si se tratase de viejas amistades. Como si fuera un mono, imite sus actos y me senté en un viejo sillón. Mis familiares entablaron conversación con los dueños de la vivienda y yo hice oídos sordos a ello. Me encerré en mi mundo a pensar en qué demonios hacia ahí con gente que jamás había visto en mi vida. “Qué aburrido” musité.

En medio de mi fastidio interno, el llamado a la puerta captó mi atención. Un niño la atendió e invitó a pasar a quien parecía tratarse de un familiar. Cuando este invitado cruzó el umbral de la puerta, mi mandíbula cayó hasta el suelo de la impresión. ¿Qué demonios hace acá? ¿Esta es su familia? ¡Ahora si me cagué! Fueron algunos de los pensamientos que afloraron en mi mente cuando vi a M, uno de mis primeros amores y por quien lloré, como un niño cuando le quitan su juguete, cuando se fue.

 Me quedé paralizado ante la presencia de M, mientras saludaba a todos los presentes. Noté que me miró con malicia y me dejó al último en su cadena de saludos.

– “Hola, ¿Qué tal?” Dijo con una sonrisa fingida en su rostro.
– “Hola.” Dije con una seriedad falsa.

No cruzamos más palabras y M rápidamente se dirigió a la mesa a hablar con su familia. No sé si era así de sinvergüenza o es que no tenía la más mínima conciencia humana de hablar conmigo y explicarme muchas cosas. Fruncí el ceño y me aplasté en el sillón, cruzado de brazos como un niño malcriado y molesto al que no le compraron sus dulces. En mi mente me visualizaba en una forma caricaturesca rodando en el suelo, haciendo un berrinche de niño engreído. “Qué destino el mío... Primero K y ahora M.” lamentaba en silencio mientras mi rabieta mental continuaba.

Abrí los ojos con pesadez y malestar. Me quedé recostado en mi cama mirando el oscuro techo por unos segundos. Mi mente estaba en blanco, no lograba generar algún pensamiento ante los eventos que me había mostrado mi mente. Cuando entre en razón no logré generar una respuesta lógica ante los eventos que me había mostrado mi imprudente y desconsiderada mente. ¿Es que aún me importaban y necesitaba? ¿Aún me necesitaban? ¿Nunca podre superar sus pasos por mi vida? ¿Por qué ahora? ¿Era una indirecta de mi aparente injusto y cruel destino? ¿Algún espíritu chocarrero había estado jugando conmigo? ¿Por qué sigo pensando en estas cojudeces? ¿Por qué no duermo? ¡Mierda! ¡Tengo que trabajar en unas horas! ¡Ahora no me voy a levantar si no duermo! ¡Puta madre!

En medio de mi lucha interna perdí el conocimiento. No sé en qué parte de mí cuestionamiento logré conciliar el sueño por tercera vez. Cuando desperté me sentí relajado, feliz y pilas; cosa que nunca me había pasado. Desconocía el motivo. No recordaba nada de lo que había pasado aquella noche solo sabía que me sentía bien y con buenos ánimos para comenzar mi estresante día.



Hoy fue un día relax para mí. Me sentía contento por muchas cosas, pese a lo terrible que había sido mi noche. Durante el día las noticias eran algo flojas y casi no requerían esfuerzo al escribirlas, por lo que pude escribir este post en mi oficina con lo poco que mi mente me mostró. También estaba feliz porque uno de los programas de radio que pauteo no se emitió y en vez de ello pasaron música, otro programa el conductor que detesto no fue y pusieron a otro. Los programas de televisión me resultaron fáciles de hacer y los terminé a tiempo. Finalmente estaba más feliz porque ya era casi fin de mes y ya había entregado mi recibo para que me paguen. Por eso durante mi día no dejaba de ver que todo a mi alrededor me parecía “Bonito”.





Acerca de Giancarlo
Soy un poliedro lleno de aristas, rincones, luces y sombras...
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