Al estar de un lado a otro, sin querer llegas a aquel lugar, donde nació y murió tu esperanza... Detengo el paso y observo bobamente aquel espacio vacío. El estar en el mismo sitio y justo a la misma hora, me hace oír su melodiosa voz de tal modo que casi puedo tocarla. Esa sensación es seguida por un escalofrió que invade mi cuerpo como señal de que es mejor irse de ahí. Retomo mi paso y con ello a mi realidad, aunque ahora mi mente está infectada con el recuerdo de las viejas heridas. Por ello, cierro el puño tan fuerte que el dolor del mismo hace a mi mente enfocarse en otra clase de dolor.
Tu día continúa y al terminar con tus labores te diriges a tomar el bus a casa, pero como vives en un lugar especial que no tiene mucha movilidad, no te queda de otra que buscar otro posible paradero en donde tomar otro bus. – “Aquella pequeña avenida…” – pienso inocentemente. Así que me dirijo aquel lugar de nuevo. Al llegar, todos los recuerdos vuelven a reproducirse en mi mente. Es como si tu cerebro fuera tu enemigo y solo piensa en torturarte. Una y otra vez recuerdas como ocurrió el asesinato. Mi humor empieza a cambiar, es así que vuelvo a apretar el puño.
Me paro en el mismo lugar; recostado en la pared y con una pierna apoyada en ella; cruzo los brazos por el frió como aquel día. Observo a mi alrededor y aprecio las diferentes personas que se encuentran cerca. Nadie tiene idea de que ahí asesinaron lentamente a un hombre... Mi pensamiento se ve interrumpido por una extraña que se coloca, sigilosamente, cerca mio, adoptando la misma posición del criminal. Mi cerebro sigue indicándome, a gran escala, cuan parecida es aquella escena a lo sucedido algunos meses atrás.
Doy unos pasos para escapar de aquel cuadro y parar el bus, pero este me ignora y se va. Detrás de el viene otro pero el resultado es el mismo. El rechazo en aquel lugar está a la orden del día como en aquella ocasión. Siento que mis piernas empiezan a perder fuerza y no se si es por el desgaste mental o físico del día. Vuelvo a recostarme en la pared detrás mio. Los buses siguen pasando; la gente sigue yendo y viniendo y yo estoy en el mismo puto lugar, condenado a ser atormentado por los viejos recuerdos del crimen. – “¿Es así como la vida tiene que ser?”– me pregunto mentalmente.
Alzo la mirada y paro el siguiente bus que viene porque no soporto estar ahí. Este milagrosamente se detiene delante mio como si supiera de mis ansias por escapar de aquel escenario. Subo y me siento al fondo. El carro se queda inmóvil un buen rato y mi mirada se pierde fijamente en el lugar donde estaba parado. Lentamente el carro avanza y solo mis ojos, sin perder su objetivo, se mueven hasta que aquel lugar que poco a poco desaparece de mi alcance visual.
Me recuestas al lado de la ventana y cierro los ojos. En la radio empieza a sonar una de esas canciones criminalmente suaves; dejo de presionar el puño y bajo la guardia. Mi respiración se empieza a agitar y mi pecho a contraerse sin saber por qué. Repentinamente el freno del carro hace que reaccione y tome control de mi mismo. Con la cabeza ya calmada, comprendo que algunas cicatrices se llevan a todas partes y, a pesar que la herida haya cerrado, el dolor aun persiste.
Vuelvo a cerrar los ojos del cansancio. Percibo que alguien se sienta a mi costado y siento como el calor humano empieza a emerger por el pequeño contacto casual de ambos. Me pregunto quien será pero decido no abrir los ojos. Me recuestas lentamente en la ventana y deseo que ese calor humano, que curiosamente empieza a avanzar entre mis terminaciones nerviosas, me acompañe hasta mi próximo destino, abrigando mi desolada y atormentada alma por los recuerdos de aquel crimen.
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