miércoles, 10 de septiembre de 2014

Epifanía

Era uno de esos días tranquilos en los que nada esperas de la vida. Todo fluye con normalidad a un ritmo pausado. La rutina de los días hace que las cosas sean predecibles y no existan sorpresas. Es ahí en donde, en medio de tu confianza, te encuentras con un bache difícil de pasar, un contratiempo que terminaría siendo una epifanía.

Había salido de clases y me encontraba en el paradero esperando al carro para que me lleve a mi maravillosa casa. Después de algunos minutos y de varios escalofríos aparece el bus que espero, lo detengo con una señal de mano y subo en el. La demanda de la línea de transporte es tan grande que siento que me encuentro como una sardina enlatada. En medio de pisoteadas y empujones trato de acomodarme para estar más cómodo y lo logro. Sostenido con ambas manos del pasamano miro hacia la oscura y fría calle.  En medio de mis pensamientos analizo el desarrollo de mi día, no me puedo quejar, me fue mejor de lo que esperaba. En clases he recibido buenos comentarios de mis profesores sobre mis –por momentos- inseguras habilidades para la locución. Ellos creen que tengo madera para desempeñarme en el mundo radial y aseguran que solo falta afinar algunos detalles.

Lo que me parecen horas, en realidad resultan minutos. El bus para en la siguiente estación, la gente se moviliza hacia la parte posterior del vehículo, ya que ahí está la bajada, y yo voy con ellos. Con la idea de que se debe dar espacio para que ingresen más personas, me ubico en la  mitad del bus. Bajo la mirada para ver por donde pasar y no pisar a nadie, en medio del tumulto noto un espacio vacío y avanzo cuidadosamente para no golpear a nadie.

Ubicado en mi nuevo sitio alzo la mirada dirigiendo mi vista nuevamente a las oscuras calles. Entonces una aterciopelada piel llama mi atención a mi costado. De reojo trato de ver de quien se trata pero más que ver algo claramente lo único que logro es ponerme virolo. Como si supiera que la estoy mirando, voltea directamente hacia mí y yo hago lo mismo en un acto espontáneo, es entonces que quedo paralizado. Un imaginario frio sudor recorre mi espalda a la vez que un escalofrió hace temblar mis piernas. "Mierda", gritó internamente. Mi cerebro reconoce ese rostro, esos ojos, esos labios, esa piel. Toda la información sobre quien creo reconocer es vertida en mi cerebro. Entre sonidos, imágenes, sensaciones reproducidas en mi mente quedo bloqueado. Nuestras miradas se cruzan unos segundos y siento como esos ojos color caramelo me atraviesan, me desarman, me cohíben.

Bajo la mirada y comienzo a temblar del pánico, trato de controlarme pero no puedo. Me sumerjo en los recuerdos que se exponen en mi mente como si se tratara de un record en taquilla del cual debería sentirme orgulloso. Es así que el recuerdo de Luna comienza a manifestarse de forma física, me siento sofocado, el calor del bus me empieza a desesperar, conjuntamente un dolor en el pecho me impide respirar bien. “Carajo, entré en pánico” exclamo mentalmente. Recuerdo algunos programas de relajación que vi hace un tiempo y decido bajar el ritmo de mi respiración para tratar de calmarme. “Respira, exhala… Respira, exhala…” me doy ánimos mentalmente. Parece que la psicología barata funciona, mis vías respiratorias empiezan a funcionar con normalidad. Es entonces que logró tomar control de mi cuerpo y avanzo lo más que puedo, empujando, pisando, puntenado; al fondo del vehículo.

Ahí en mi refugio humano improvisado me siento más tranquilo, la mente la tengo más clara, más limpia, más ordenada. Desde el fondo del vehículo trato de buscar aquel rostro familiar de aquella persona que alguna vez me enamoró, me hizo soñar, delirar, irritar, exasperar, frustrar, sufrir; y sobre todo me cambió, me desarmó, me hizo mierda y me volvió a unir, creando el Frankenstein que soy ahora. Suena exagerado pero así fue como mi dolido (y quizás ardido) ser percibió todo lo sucedido en esa novela mexicana que se formó alrededor de nosotros. No entraré en detalles (aun) sobre ese capítulo de mi vida, pero gran parte del problema fue mi errada visión de amor ante una de “amistad” que al final se vio perjudicada una noche de febrero, cuando los protagonistas de esta historia, desinhibidos y vulnerables por los efectos del alcohol, se besaron en un acto que fue plenamente consentido, deseado y disfrutado por ambos.

Como sea, ahí estaba yo, con los sentimientos a flor de piel, tratando de encontrar a Luna en medio del tumulto de gente, deseando ver su rostro nuevamente. ¿Para qué? No lo sé. Solo sentí la necesidad de verla pero de lejos desde un punto en donde no pudiera ver mi vulnerabilidad y hacer añicos de ella. “¡Ahí está!” exclamé mentalmente. Mis ojos se detuvieron en su persona, la analizaba de pies a cabeza (en sentido figurativo porque apenas se le veía del pecho para arriba), lucia tal cual. Por momentos volteaba su mirada hacia mí como si supiera lo que estaba haciendo y pudiera leer mis pensamientos, en esos momentos rápidamente me hacia el distraído y me camuflaba entre la gente. “Tienes que ser menos obvio”, me recriminaba a mí mismo. Pero en cuestión de segundos volvía a caer en la misma danza.

Lo raro de todo era que pese a haberme visto a su lado ni siquiera me saludó o siquiera me dedicó un gesto positivo o negativo por mi presencia, es decir, pese a lo que pasó tuvimos un par de encuentros en donde conversamos y dejamos entrever (como dos personas maduras) que todo estaba superado y que podíamos, al menos, hablar sin rencor alguno. Quizás por su parte ese gesto maduro podía ser así de fácil como suena escribirlo pero para mí no tanto. En mi caso requería un poco más de tiempo y distanciamiento para poder calmar las agitadas aguas. Sin embargo, pese a más de un año de lo sucedido, la presencia de Luna continuaba “descachalambrando” todo mi ser pero no tanto como lo hizo en su momento. Al menos eso es algo ¿no?

El carro seguía su camino progresivo por las calles de Lince, las personas continuaban subiendo y bajando del bus, y yo –quien ahora me encuentro ubicado cómodamente en un asiento con una privilegiada vista a Luna- me siento como un zombie. Una aguda sensación de vacío me ha invadido. No logro generar un pensamiento congruente, los ojos los tengo en blanco y la boca la tengo abierta. Mis escasos movimientos como pestañear o mover la cabeza son de manera involuntaria. El bus realiza una nueva parada y la asechada en cuestión empieza a avanzar hacia la puerta trasera del vehículo. Es entonces que en medio de esa brecha  que se ha generado entre la realidad y mi persona, un detalle me baja a tierra mediante un aterrizaje forzoso.

Con un panorama más claro de la imagen de Luna, me doy cuenta que algo en su persona no encaja, pero no logró distinguir muy bien que es. Esta vez, con toda intención me quedo mirándola fijamente, analizo hasta el mínimo poro de su rostro y mi registro mental me indica que algo no concuerda, que hay indicios que prueban que la persona que había estado acechando no sería la que esperaba. “¡Mierda!” exclamó mentalmente con un ligero sobresalto en mi asiento. Esa persona que había estado mirando detenidamente y de la que había huido todo temerario no era Luna, era alguien más que tenía un gran parecido a mi platónico y catártico amor de estudiante. La sensación de vacío entonces volvió mientras mi mirada le seguía el paso a la falsa Luna hasta que bajó del bus y se perdió en medio de la noche.

Durante varios minutos quedé en una especia de coma cerebral. Al parecer mi mente se apiadó de mí, (de lo que pudo ser una traumática experiencia o solo se rindió sobre el tema de Luna) y se apagó. En ese momento no tuve ningún pensamiento o imágenes, no hubo ninguna voz subconsciente recriminándome o analizando la situación. Solo estaba yo sentado en medio de un montón de gente que no sabía que ese día un hombre había tenido una revelación. Él se había dado cuenta que tiene más demonios de lo que pensaba, debido a que una persona lo había marcado tan profundamente que quizás necesitaría más de una vida para superarla porque, sin importar el tiempo que hubiera pasado, había llegado a la conclusión de que ese recuerdo del que trataba de huir había sido el mejor error que había cometido en su vida. El mismo que, aparentemente, pretendía no desaparecer en un buen tiempo.


[***]

No sé porqué últimamente he estado escuchando más música de los 90s. Debo confesar que me fascina esa época sobretodo porque crecí en ella y pude ser participe de canciones que ahora son consideradas íconos (hablar así me hace sentir viejo). Como sea creo que la música de antes es la mejor.




Acerca de Giancarlo
Soy un poliedro lleno de aristas, rincones, luces y sombras...
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