lunes, 13 de abril de 2015

Unos 25 para recordar

Eran las 4:30 am, un mensaje había llegado a mi móvil. “Ya desperté, dentro de un rato salgo”, se leía. Me puse de pie, me apresuré en alistarme con algo propio para una fecha festiva y salí con una cierta felicidad bombeando a través de mis venas. Era raro, nunca había tenido tanta emoción acumulada por la expectativa que me esperaba aquel día; un día que por extrañas razones no es uno de mis favoritos, mi cumpleaños.


Me detuve en la puerta, en medio de la oscuridad de la madrugada y la fría neblina de otoño. Mi móvil volvió a sonar “Ya estoy cerca”, decía. A los minutos vi su carro blanco acercarse. Corrí a su encuentro y entré rápidamente en el. “Feliz cumpleaños amor” me dijo con esa dulce e infantil sonrisa que me hace delirar. “Gracias”, le respondí tímidamente y procedí a robarle un profundo beso. Me dedicó una sonrisa más, yo volví a desvariar y emprendimos el camino hacia mi trabajo. Y es que días previos me había prometido que la primera persona a la que tuviera que ver aquel día sería la suya y ese detalle me confirmó, una vez más, que estaba con la persona indicada.

El camino lamentablemente fue corto. Me despedí con otro largo beso y salí disparado del carro con la promesa de vernos más tarde. Entré al edificio, subí por el ascensor y entré a la oficina. Todo parecía normal hasta que llegué a mi escritorio y vi que alguien había decidido darme una sorpresa. Mi computadora estaba llena de coloridos post-it que en breves pero muy precisas palabras me felicitaban por mi cumpleaños. Yo quedé sorprendido por el gran detalle, nadie había hecho eso por mi (aunque parezca extraño es la verdad), por lo que algo en mi interior se movió. Mi congelado corazón parecía deshelarse y no era para menos, ya eran dos maravillosas cosas que sucedían en menos de una hora.

09/04/15


El día transcurrió normal, excepto por los efusivos saludos de mis compañeros y una serie de grandes globos que la gerencia colocó en mi sitio para resaltar (pese a que no me gusta) mi día. Y como olvidar los dulces, galletas, sándwiches, entre otras cositas que me habían hecho llegar a mi sitio. Por eso y más, mil gracias. Ese día fue un gran detalle para mí que me faltan palabras para expresar la emoción, lo agradecido y bendecido que sentí ese día de contar con un grupo tan cálido de personas con quienes, pese al corto tiempo que nos conocemos, hemos formado grandiosos y valiosos vínculos amicales.

Luego que mis globos se reventarán por el frío del aire acondicionado, lo que produjo que media oficina se asustará pensando que se trataba un ataque terrorista; me alisté para salir con mis amigos de trabajo a celebrar mi onomástico. El itinerario del día era ir a comer y luego tomar pasar por unos tragos. Otra sorpresa de ese día fue volver a ver a mi amiga Valeria, a quien no veía hace un tiempo desde que dejó de trabajar en la oficina, sin embargo se tomó la molestia de acompañarme ese día, y ese gesto fue muy bonito.

El almuerzo transcurrió con tranquilidad. Me sentí feliz de ver a mis amigos de trabajo tomándose un tiempo para reunirse por mí, para conmemorar mi existencia como si hubiera hecho algo digno de merecer dicho reconocimiento. Las horas avanzaron y nos trasladamos a un bar cerca, por el Centro de Lima no más. "El bar de Don Lucho", fue el elegido por la mayoría. Ya dentro del lugar, las rondas de cerveza empezaron a llegar, así como la rocola comenzó a deleitarnos con unos valses y boleros de antaño.

Cuando tomé el primer vaso me sentí raro; mi corazón empezó a palpitarme rápidamente y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me sobé el pecho e ignoré ese malestar. "Quizás es la emoción de todo lo que viene pasando" pensé. Sin embargo, eso no quedó ahí y conforme fueron pasando los minutos otros malestares fueron haciéndose presente: dolor de músculos, cansancio y sobretodo un sueño maldito. Opté por dejar de tomar, algo que fue recriminado por mis acompañantes y no era para menos. Expliqué que no me sentía muy bien mientras recordaba que como había amanecido con la garganta inflamada, durante la mañana había ingerido una serie de pastillas para apaciguar ese malestar. Puede que los efectos de los medicamentos, mezclados con los de los medicamentos y la inflamación en sí, ocasionaran un colapso en mi cuerpo que no había previsto.

El reloj marcaba las seis de la tarde y sentía medio cerebro adormilado. Al ponerme de pie sentí como mi cuerpo se había convertido en el de un anciano decrépito. Una serie de escalofríos recorrian mi cuerpo. Las piernas empezaron a temblarme un poco; el miedo a desmayarme y pasar roche me invadió. Puede que sea esa vergüenza la que hizo que continuara mi camino hasta el paradero y no cayera al pavimento como un árbol de yunza con todos los regalos que llevaba conmigo, para luego ser saqueado por los residentes de la zona.

Después de un eterno viaje en bus y con la sensación de arrojar a flor de piel, llegué a casa, donde mi madre, completamente asustada, me preguntaba qué demonios había hecho para terminar como un estropajo, de esos que usa para limpiar la casa. Tras una breve pero precisa explicación de mi calamitoso estado, procedí a irme a mi cuarto a dormir. Mierda, jamás tuve tantas ganas de ir a dormir en la vida cómo aquel día. Era como si hubiera pasado en vela toda una semana. Me tumbé en mi cama, me abrigué lo que pude y dejé que mi cuerpo repose por un momento, para ver si así me recuperaba ya que tenía aun algunos planes por cumplir. Sin embargo, cuando me levanté estaba con calentura y dolor de cabeza. Al rato mi madre pasó por mi cuarto a ver cómo estaba y de paso para avisarme que algunos familiares habían llegado.

Con temor, bajé las escaleras y fui a saludar a mis primos y tíos que habían llegado con motivo de mi onomástico. Una de mis primas me dijo que estaba con calentura y me recomendó un medicamento para ello. Minutos más tarde ya quería irme del lugar y regresar a arroparme mi cómoda cama para marmotear largo y tendido. Y es que los escalofríos y el dolor en general mataban todo ánimo de celebrar algo. Además, me sentía mal de ver a mi familia brindando con vino y otras bebidas alcohólicas, mientras yo, al borde del desmayo, estaba sentado, o mejor dicho encongido, como un abuelo enclenque de 80 años, bebiendo un poco de té y maldiciendo lo injusta que era la vida conmigo.

Los 25 definitivamente me cayeron mal. Es como si mi cuerpo rechazara mi involuntaria vejez y clamara por la eterna juventud. Quizás, ser un vampiro no sería mala opción después de todo.

[***]




Acerca de Giancarlo
Soy un poliedro lleno de aristas, rincones, luces y sombras...
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