Sí, así como lees, tu ausencia me enferma. No porque tenga albergada en mi una nostalgia lacrimógena, algunos sentimientos encontrados o una pena malsana que corroe como oxido mis entrañas ante la falta de su ser, sino que existe algo, mejor dicho un lado en mi, en mi inconsciente, al fondo, muy al fondo; que, literalmente, me enferma.
Desde que tengo uso de razón he tenido que atravesar por dolores de cabeza, mareos, vómitos, fiebre, resfríos, tos, estómago revuelto y suelto, malestar muscular, dolencias internas, y, ahora último, dolor de pie; cada vez que mi madre se iba de mi lado, normalmente de viaje a visitar a la familia.
Cuando era pequeño, mi abuela era la encargada de cuidarme, de mimarme, de atender mis males, y curar mis demonios inconscientes que sufrían por la ausencia de mi madre. Para cuando crecí, tuve que afrontar todos mis males solo, arrastrando con lágrimas en los ojos mis tormentosos pesares involuntarios. Suena dramático, pero es la forma en que –según mi mamá- afronto mis problemas de salud. “No hay peor cosa en el mundo que verte enfermo”, suele decir ella. Contrariamente y en mi defensa, puedo decir que lo único que pido en esos momentos es tener mi medicina al lado, tranquilidad y mi música; pero quien soy yo para juzgar la experta percepción de mi progenitora.
Honestamente, no encuentro inquientante que mi madre viaje y disfrute de sus vacaciones. Sí me preocupan un poco los accidentes y constantes asaltos a buses que veo y redacto diarimente, Al margen de eso, no siento la necesidad de retenerla en casa. A veces pienso que el poder de mi mamá es tan grande que hace que me enferme a proposito para asegurarse de que no vaya a hacer tonterías. Creo que si ella se lo dispone podría hasta convertirme en el primer caso autóctono de chikungunya, que ni el Ministerio de Salud podrá con ello.
Esta vez, mi mamá nuevamente se va de viaje y ¡oh casualidad!, un dolor en el pie, exactamente debajo del tobillo, no me deja caminar bien. Lo raro es de esto es que yo no hice nada, solo salí a comprar, di unas vueltas y regresé a casa. Entonces zaz, el pie empezó a molestarme y a las pocas horas no me dejó asentarlo. El muy resentido, sin motivo alguno, no logra contentarse con los remedios caseros que le he preparado. Los ungüentos, pastillas y masajes son momentáneos. Ugh ¡Que estrés! Odio estar mal.
Justo ahora que tengo algunos compromisos. Me encuentro en incertidumbre sobre qué podré hacer para asistir a ellos y disfrutar la falta de supervisión parental. Aunque, ahora que lo pienso bien, jamás he podido disfrutar esos momentos ya que siempre he estado enfermo.
viernes, 6 de febrero de 2015
Tu ausencia me enferma
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Acerca de Giancarlo
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