miércoles, 10 de diciembre de 2014

Brisa mañanera

Bajé del bus apurado con dirección al trabajo. Miro mi reloj. son las 5:45 a.m., eso quiere decir que mis  minutos, así como mis pasos, estaban parametrados. Tenía menos de diez minutos para llegar a mi destino, aproximadamente cinco para tomar el ascensor y llegar a las seis en punto a mi escritorio, a escribir las noticias del día.

A penas bajé de la cúster mi cuerpo tiritó por la gélida brisa mañanera que, por más abrigado que estés, hace que cruces los brazos y camines aspirando aire por la boca con los dientes apretados. En mi trayecto divisé un extraño  bulto escondido en medio de costales, cerca a una columna de un edificio, que flameaba como bandera de 28 de julio con el paso de corriente de aire. Recordé que la última vez que pasé por ahí me llamó a atención ver el mismo ‘paquete’, envuelto en una bolsa oscura, que se movía acuosamente. Aquella vez me detuve y lo mire fijamente por uno segundos. La piel se me puso de gallina de solo verlo. “Quizás es una rata semimuerta. Ajjj,” pensé. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de solo imaginarme las diversas atrocidades que podrían estar envueltas en aquel bulto sin forma. Luego sentí la necesidad de huir lo más rápido de aquel lugar porque supuse “así es como el más ingenuo muere en las películas de terror”; y esta vez, el panorama no era distinto.

Me detuve a mirar fijamente aquel paquete. Miles de ideas volaron, nuevamente, en mi cabeza sobre lo que podría ser: un animal a medio morir, algún insumo químico, vomito, restos de una persona, algún ser sobrenatural a la espera de asesinarme…. Tuve varia ideas, pero cada una de ellas, cada vez, parecía menos lógica. Mire a todos lados y las calles estaban vacías. Di un par pasos delante de aquel objeto desconocido que no paraba de moverse. Me detuve justo a un par de metros de él y volví a observar con la curiosidad con la que un perro husmea a una persona desconocida. Fue entonces que una fría ventisca levantó una de las varias bolsas que había en aquel rincón y dejó entrever un pedazo de piel. “¡Ay carajo! Han destripado alguien”, me horrorice sin dejar de mirar mi descubrimiento. Logré reconocer que se trataba de un abdomen desnudo. Me cogí los cachetes con ambas manos y quedé con la boca completamente abierta, horrorizado por el pseudo cuerpo asesinado que había encontrado.

Un brazo se deslizó al costado del torso y los dedos de la mano empezaron a moverse tontamente, cómo si buscarán algo. Ante mi vista perpleja, y morbosa, observé como esa mano se dirigió hasta la zona del ombligo, bajó hacia la pelvis, levantó un pedazo de tela y dejó al descubierto una selva negra, en medio de ella se encontraba un árbol bien parado, que precisamente no daba fruta. En ese instante, partí la carrera y comprendí el significado del refrán “la curiosidad mató al gato”.

Aterrado por el vago exhibicionista que acababa de ver, aceleré mi paso hasta llegar a la esquina, en donde me detuve a toma aliento. Sacudí mi cuerpo como un perro mojado, mire la hora y note que el tiempo estaba en mi contra. Al cruzar la cuadra, vi a un hombre de estatura mediana, pelado y de tez clara; llevaba puesto un terno, en vez de camisa llevaba un polo salpicado de manchas moradas y un maletín antiguo, de esos que vemos que usan los vendedores en  las películas. Al pasar por su costado noté que me quedó mirando. Acto seguido espetó una pregunta. El sujeto quería saber donde quedaba una dirección que ni yo mismo conocía bien. Lo analicé bien antes de contestar y no me pareció una amenaza. Rápidamente le indique lo poco que sabia, pero con convicción para que no se note mi total ignorancia al respecto.

Terminada la ayuda, continúe con mi camino. Apenas di un paso, el sujeto volvió a dirigirme la palabra. “Me llamo Fernando y soy abogado”, dijo. What? Quedé  paralizado. Me había tomado desprevenido ya que no esperaba tener una conversación con nadie tan temprano y menos con un abogado en aparente estado de ebriedad. Lo miré anonadado y asenté con la cabeza en forma de respuesta. No sabia que decirle… ¿Mi nombre? Entonces empezó a caminar junto a mí, aunque no fue a apropósito ya que la dirección que le había dado estaba también en mi ruta. Al mismo tiempo en que emprendimos la marcha, empezó contarme pasajes superficiales de su vida. 

Luego de una cuadra supe que Fernando, aparte de ser abogado, era soltero, tenía 33, había viajado por varias partes del mundo (lo cual explicaba el extraño acento que tenia), le gustaba divertirse con amigos y mujeres, tenía buenos ingresos (de hasta siete mil soles), hablaba hasta cinco idiomas, entre otras cosas. Debo confesar que por momento me parecía odioso, desconsiderado y estúpido. En medio de su monólogo, mi acompañante hizo un descanso para saber un poco sobre mí. ¿En serio? Sin mencionar mi nombre fui preciso al decirle que estaba yendo a trabajar. “¿En qué?” me preguntó. “Soy redactor”, respondí. Tras felicitarme con gran entusiasmo, me realizó una interrogante, una que nadie me había hecho, ni siquiera yo. Una interrogante que ignoraba si tenia respuesta alguna, o si la tendría: “¿Eres feliz haciendo lo que haces?”.

Me tome unos segundos para meditar sobre lo que debía responder.  Es decir, ¿qué es la felicidad a ciencia cierta? Existen miles de libros que hablan sobre ello, he oído cientos de historias de finales felices, pero ¿qué es la felicidad para mi? Honestamente, no sé. Describir un pasaje de mi vida en esos términos me resulta difícil, de acuerdo con mi madre, ‘tengo memoria selectiva’, ya que ella ha sido testigo de mi felicidad.  Sin entrar en temas dramáticos, más claros recursos tengo de las veces que me he sentido frustrado, amargado, triste… creo que la felicidad es relativa, sobrevalorada y pasajera. Volviendo a la pregunta de Fernando, lo segundos que me tomé para responderle me parecieron eternos pero no fue así. Lo miré fijamente a los ojos y respondí afirmativamente.

Quedé en silencio, analizando lo que acababa de decir. ¿Era feliz en verdad?, me pregunté a mi mismo. Mire el cielo y este era un azul hermoso con tonalidades naranjas; el ambiente se sentía fresco y relajado; y mente se quedó por unos minutos en el limbo. Esa calma fue interrumpida por mi etílico acompañante quien, con el puño alzado, dijo “Si eres feliz en lo que haces, sigue adelante, da todo lo que puedas, esfuérzate cada día por lo que amas y no te rindas”.

Fernando y yo llegamos hasta el final de nuestro recorrido. Era hora de que ambos tomáramos diferentes caminos. Nos despedimos dándonos un fuerte apretón de manos. Luego de decir que le parecía una persona correcta me dio su tarjeta para mantenernos en contacto. La recibí y al leerla  rápidamente note que varias cosas de las que me había dicho eran ciertas. “Escríbeme, de paso que así también te ayudo a practicar con tu inglés” me dijo con una sonrisa. “Ok”, musité y seguí mi camino.

Casi llegando a la oficina saqué la tarjeta que Fernando me había dado y me puse a leerla detenidamente. Segundos después, eché a reír por lo que había sucedido. “Estas cosas solo me pasan a mi”, dije mentalmente y continúe con mi camino. De repente, otra brisa gélida azotó mi cuerpo e hizo volar la tarjeta que tenía en la mano; esta voló por los aires y se perdió en medio de la calle. Yo seguí con mi camino sin titubear, pero con una cosa bien en mente: El trabajo que tenía podía no ser perfecto, el que yo esperaba, sin embargo, me encantaba mi carrera. Por consecuente estaba decidido a seguirla.

[***]

El mundo está lleno de decisiones que definirán nuestro futuro. A veces deseo que la vida sea tan fresca, ligera, reveladora, pero no. Es hora de avanzar. Haré mi esfuerzo por ser quien quiero ser y si no elegiré otra decisión que me lleve por otro camino.




Acerca de Giancarlo
Soy un poliedro lleno de aristas, rincones, luces y sombras...
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