Levantarse, alistarse, poner una sonrisa y salir. Todos te miran y sonríen contigo. Las personas te adoran. Tus bromas acidas, pero acertadas, son las más festejadas. La alegría esta en el aire. Te prometen que tienen que volverse a reunir. Aquella fantasía resulta genial. Todos dan por sentado lo que ven: Que tu vida es putamente perfecta.
Apagar las luces, quitar la música, bajar el telón. Regresas a casa exhausto, quitarse la máscara, cambiarse y tirarse a dormir y una que otra vez a llorar. Tu dios interior se convierte en un muy arrogante emo. La autoflagelación emocional comienza. Ese ser en que te has convertido te convence aquella fantasía no durara por mucho y que la máscara que vistes ya tiene varias fisuras, dejando ver tu alma torturada por los años.
Tu yo interior es lacrimógeno, estridente, terco, caprichoso y autodestructivo. Ese yo vive encerrado en una cajita en algún lugar recóndito de tu amplia mente. Fácil resulta juzgar lo que vemos pero a veces piensas que es mejor así. Te acostumbras a que tengan un concepto superficial sobre ti porque así alimentas a tu dios interior, el cual llena de endorfinas a tu cuerpo, logrando así esconder y casi olvidar la existencia de esa cajita.
Lamentablemente el genio siempre encuentra la forma de escapar de la botella. Liberarlo es aterrador. El concierto silencioso de lágrimas empieza y no paras hasta que tus ojos se quedan secos. Te conviertes en un ser oscuro que danza descalzo sobre vidrio una siniestra melodía. “Para por favor.” Ruega tu mente. “Déjame en paz” reclama tu cuerpo. Poco a poco tu mente se nubla y en medio de aquellas tinieblas pierdes la noción del tiempo, el control de tu cuerpo y el horizonte de tu vida.
Ese otro yo poco a poco pierde su fuerza sobre ti y te libera de la condena que te está haciendo pagar, pero cuyo delito ignoras. La cadenas se abren y eres libre de irte, pero ¿A dónde? Tu mente esta intoxicada y tu cuerpo adolorido. La tormenta paso pero el desastre que dejo su paso es aun peor. La sensación de vacío resulta terrorífica.
Tímida y débilmente recoges el rompecabezas de tu ser. Delicadamente armas las piezas. Algunas no encajan y otras simplemente no están. Como sea, trabajas con lo que tienes. El valor del tiempo aumenta y más cuando este esta escaso. Cada tormenta va dañando algunas piezas y otras sencillamente las extravía.
El día continúa. Sacudes la cabeza mientras un escalofrió invade tu cuerpo. La oscuridad en ti se desvanece. Ajustas los detalles de tu persona. Invocas a tu dios interior, te peinas cool, alistas la ropa de moda, vistes tu maltratada máscara. Las luces nuevamente se encienden, la música da ritmo a tu exhausto cuerpo, esbozas una sonrisa, el telón sube y vuelves a salir al escenario del prejuicioso mundo a dar el mismo show de siempre. Now get to work bitch!
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