miércoles, 15 de mayo de 2013

Déjame un recuerdo que me dure hasta el lunes

Me recuesto en la cama y miro aquel extraño techo. Por alguna extraña razón te sientes cómodo. Suavemente algo se mueve a mi lado. Me quedo estático y pretendo ignorar lo que sucede a mí alrededor. Una helada corriente de aire me hace tiritar y una extraña mano empieza a recorrer mi brazo. Al voltear a ver lo que sucede, soy recibido por un delicado e inesperado beso.

Mis ojos se cruzan con los suyos. –“Csm que preciosos ojos…“–  pienso y desvío la mirada por lo profundo que son aquellos ojos color miel. Te sonríe al notar tu incomodidad y tú sigues ignorando lo que sucede sin dejar de mover suavemente la boca. Poco a poco se va acercando hacia mí hasta que mi espacio personal queda completamente violado.

Las cosas se empiezan a descontrolar un poco. Su mirada vuelve a cruzarse con la mía pero esta vez lo hace a adrede. –“¿Qué demonios me mira tanto?” – pienso. Noto que empieza a recorrer mi cuerpo con aquellos delicados y hermosos ojos. De repente sus cejas empiezan a arquearse y aquella mirada empieza a llenarse de miedo. – “Lo siento…” murmura. Tus sospechas empiezan a tomar forma y la respuesta era obvia. Te había dejado un indeseable y notorio recuerdo en el cuello.

Sus nervios empiezan a apoderarse de sus palabras al hablar. Respiro profundamente, ignoro lo sucedido y pido que se calme. –“Tengo algo de hielo!” –me dice enfáticamente mientras va por ello. No entiendes el por qué de su preocupación hasta que te ves en el espejo y un instinto asesino te invade. Me recuesto nuevamente en la cama, miro el techo y cierro los ojos. Sientes que la cama se hunde y poco a poco esa presión se va acercando a ti. Sin embargo, sigues inerte ante lo que sucede alrededor tuyo.

Unos delicados dedos se posan en la zona afectada, para que luego una helada sensación la taladre. Abro los ojos y noto que otra vez su mirada me sigue contemplando. Mi cerebro empieza a generar varias interrogantes que se resumen en una pregunta. –“¿Por qué haces todo esto?” –. Entonces se encoge de hombros a manera de respuesta y me dice –“Solo siento que debo hacerlo…” –. Frunzo el ceño a manera de duda por no lograr entender el por qué cuida tan atentamente de mi, cuando no he hecho ningún merito para merecer tanta preocupación.

Ambos quedamos en un extraño, pero cómodo, silencio. Su sonrisa se ilumina al notar que su experimento dio resultado y entonces vuelve a pedirme disculpas. Aunque mis ojos se encuentran medios somnolientos le regalo una sonrisa para que no se sienta mal. Me pongo de pie pero no tengo ganas de caminar. El cansancio es obvio después de algunas horas de desgaste físico. Unos brazos rodean mi cintura y me fuerzan a volver a aquella cama; sin poner resistencia alguna, dejo caer mi cuerpo. –“Quédate un rato más… Descansa…” – susurra en mi oído para luego robarme un beso.

Me acomodo en aquella extraña cama y suavemente paso mi brazo por su cintura. Pego mi pecho a su desnuda espalda y amoldo todo mi cuerpo a aquella anatomía ajena. Coloco mi cabeza cerca de su nuca y poso mis labios en la parte inferior de la misma, aquella en donde empieza la espalda. –“Que bien huele su piel” –pienso.  Aspiro por un momento ese agradable aroma de frescura que penetra hasta el fondo de mi cerebro.

Una brisa helada invade aquellos cuerpos desnudos y presiono mi cuerpo un poco más contra el otro con el fin de buscar aquel calor esencial. Pronto ambos cuerpos generan lo que esperabas y todas tus terminaciones nerviosas empiezan a sentirse satisfechas. El sueño me invade y aspiro nuevamente el olor de su agradable piel. Quisiera recordar eso para siempre y entonces viene a mi memoria aquel recuerdo que tengo en el cuello, el cual me durará hasta el lunes. Sonrió por lo que pienso y me acurruco contra su cuerpo. –“¿Por qué todo esto se siente tan bien?” –me pregunto mientras empiezo a perder la consciencia.

Unas cálidas manos acarician delicadamente mi rostro; sus labios posan suavemente sobre los míos buscando cariño. Del mismo modo, aquellos labios se alejan y sus manos no dejan de acariciarme el rostro. Abro los ojos y nuestras miradas se cruzan pero esta vez no siento incomodidad alguna. Miro profundamente aquellos ojos color miel y vuelves a pensar –“Csm que preciosos ojos…“– Sonrío y la sonrisa se me es devuelta. Esa cursi comodidad se siente tan bien que no quiero dejar de sentirla. –“¿Será que esta vez es la correcta?” –pienso, a la vez que vuelvo a cerrar los ojos hasta caer en un profundo sueño.



Acerca de Giancarlo
Soy un poliedro lleno de aristas, rincones, luces y sombras...
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