Aquella noche de 1997 me fui a dormir con total normalidad como un día más. En la tarde había salido a jugar con mis amigos de barrio, por la noche había participado breve y tímidamente de una reunión familiar. Mi timidez siempre ha sido una de las sombras con las que he tenido que cargar y arrastrar. Y esa noche no fue la excepción, por lo que mi cama fue, como siempre, mi mejor refugio, en donde la realidad se distorsionaba cuando mi cabeza tocaba mi almohada y no importaba cuán oscuros fueran mis sueños, yo lograba ser el vencedor, el héroe, el triunfador.
El sueño que tuve esa noche fue extraño. Un miedo se empezó a apoderar de mí, la sensación de derrota se canalizó por mi cuerpo, el cual se sacudió por un escalofrío ¿Por qué podía saber que mi cuerpo se movía? Entonces abrí los ojos, miré hacia la puerta de mi cuarto que estaba entre abierta y los intensos rayos solares ingresaban. Mis lagañosos ojos se encontraban cegados por la luz tempranera y no podía ver lo que se escondía tras ella. Sin embargo, podía escuchar lo que pasaba. A pesar de mis siete años sabía que había un problema desarrollándose afuera de mi zona segura. El corazón me empezó a palpitar rápidamente y la ansiedad se apoderó de mí. Me volví a recostar. Traté de volver a quedarme dormido, quería estar nuevamente en ese estado inconsciente en donde las fantasías se hacían realidad y ningún mal triunfaba. Hundí la cara en mi almohada y empecé a llorar en silencio, clamando que todo terminara. Para cuando el silencio volvió, pensé que todo era un mal sueño que ya había acabado. Lo que ignoraba era que ese silencio no era el fin de la historia sino el comienzo.
No recuerdo bien los detalles que se desarrollaron luego que salí de mi cuarto aquel día, es como si una parte de mi cerebro los bloqueara a manera de protección. Solo sé que tras cruzar la puerta, el mundo cómo lo conocía no volvió a ser el mismo. Ese día lloré todo el día, y el día siguiente y el día después de ese y así... Creo que aquella mañana fue el comienzo de una vida llena de lágrimas, remordimientos, depresión, autodestrucción y odio. Odio a mi mismo, a mi entorno, a mi padre biológico, al mundo. Esto no se trataba de una rabieta ni nada. Creo que mi indignación era justa ya que el mundo cómo lo conocía se fue a la misma mierda y tuve que comenzar uno nuevo. A mis siete años supe que nada dura para siempre, que nada permanece igual por mucho tiempo, que crecer duele y quien diga que no, miente. Cómo sea, a nadie le gusta los cambios, muchos de ellos son inevitables, por lo que no nos queda más opción que adaptarnos al cambio o quedamos atrás. Al menos eso traté de hacerlo.
Siempre me he sentido como un extraño en medio de la multitud, como un extranjero en mi propio país, perdido en el universo como si no perteneciera al mismo. Aun así, tuve que acostumbrarme al mundo en que me encontraba a pesar de no saber realmente a qué lugar pertenecía. Siento que soy como una estrella perdida en el espacio que busca brillar en medio de la densa oscuridad en la que vive, pero que no sabe cómo. A veces, cuando me miro al espejo directamente a los ojos, mi mente se nubla y aturde por indeseables preguntas ¿Es así como debió ser la vida? ¿Ese era el camino que debía seguir? ¿Este es el gran designio que tenían los dioses para mí? Odio tener esos pensamientos. Sacudo la cabeza y mi mirada se apaga. “Déjalo ir” susurra mi mente.
Cree un estado de aislamiento en el que me vine desenvolviendo por un periodo de tiempo. Acercarme a las personas nunca fue mi prioridad, ni mucho menos crear vínculos con ellas. El que yo desarrollara sentimientos me resultaba lacrimógeno para cuando los mismos se veían machacados, vulnerados y burlados. Por eso me volví introvertido y mis únicos amigos fueron mis amplios sueños y mis limitados ideales. Eso me hizo dar cuenta de lo raro que era. ¿Es eso normal? No lo sé.
Lo curioso de la vida es que conforme pasan los años crees que sigues siendo tú y que tu vida sigue siendo tu vida, pero un día te despiertas y miras a tu alrededor, y no reconoces nada… nada de nada. Te encuentras en un nuevo hogar, con una nueva familia, nuevos amigos, un nuevo amor y sobretodo con nuevos retos, nuevos fantasmas y oscuridades que claman por consumir tu alma. Hasta ahora me pregunto ¿cómo llegué hasta dónde estoy ahora? ¿Cómo sobreviví, no tiré la toalla en el camino y apagué mi tenue luz? ¿Tengo salvación? ¿Con qué fin sigo aquí? En un mundo tan raro, oscuro y lamentable.
Son las cinco de la mañana y estoy de pie. Salgo de mi cuarto por la curiosidad de una luz. ¿Será que han venido a recogerme? Abro la puerta y camino hacia el patio. Miro el cielo. Está despejado y con algunas estrellas brillando. Una gigantesca luna me baña en su luz. Me quedo quieto y contemplo el panorama. Es hermoso. Pienso en la vida fugaz de las estrellas, cómo nacen, alcanzan su brillo, recogen el deseo de alguna alma perdida y luego se esfuman con el. Aspiro el aroma a madrugada, el cual penetra mis fosas nasales y llegan hasta lo profundo de mis pulmones. Quedo en silencio mental por unos minutos y con esa paz mental me retiro a alistarme para ir a trabajar y continuar con mi rutinaria y atormentada vida.
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Una bella canción que me hace preguntar ¿somos todos estrellas perdidas tratando de iluminar la oscuridad?
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