El último sábado tenía un itinerario definido, lleno de diversión, buena compañía, bulla, fiesta y trago. Hace tiempo que no tenía planes, al menos no de amanecida, y este fin de semana en particular tenia gran expectativa. “Hoy es EL día”, pensé mientras caminaba con dirección a la oficina y con mis audífonos reventando de música dance.
La sonrisa se me desdibujó cuando me avisaron que el sistema estaba fallando, por lo que no se podía enviar ningún informe. Suspiré y me senté resignado a avanzar mis redacciones con los pocos recursos que contaba. Si hay algo que me fastidia más es atrasarme y ese día, al igual que en la semana regular, no fue la excepción. Para variar tuve entrevistas importantes, la base de videos no me dejaba acceder a los registros, el teléfono no paraba de sonar y al encargado del día se le iba poniendo blanco el cabello del susto por todo lo que pasaba en su turno.
Luego de algunas horas y después que todo se normalizara, me sentía exhausto; mis manos artríticas me dolían de tanto teclear, el cerebro lo tenía chorreado como una malagua de procesar tanta información en tan poco tiempo, mi cuello crujía reclamando sexys masajes y mi solitaria protestaba por un pan con tifoidea de la tía de la esquina. Satisfechas mis necesidades, empecé a coordinar los siguientes eventos que me liberarían del estrés laboral que tenía acumulado.
La tarde llegó y como un resorte salté de mi escritorio, a la calle, de la calle al carro y de ahí a mi casa, directamente a la ducha para apaciguar el asqueroso calor que se vive en la ciudad. Traté de tomar una siesta pero no pude. “Quizás me falte compañía”, pensé recordando que una vez me sugirieron eso. Las horas pasaron rápido y no pude conciliar el sueño, lo cual me resultaba preocupante ya que estaba despierto desde las cinco de la mañana y ya tenía experiencia que si no descansaba, no aguantaba estar despierto hasta la noche.
Me alisté ni tan puto ni tan nerd. “Algo más barrio”, sugirió mi mente ya que a donde me dirigía no era precisamente un evento de la “high people” sino de la “door people” como yo. En mi camino a la susodicha fiesta una amiga me canceló, pero obvié la cólera que se estaba generando en mí. Si algo tenía que haber era en mi interior era trago y, porque no, alguna tierna y jovial lengua.
Ya en el lugar que me había prometido el oro, el moro y el cielo; me di con la decepción de que no era lo que esperaba; las bebidas eran horribles, hacía un calor infernal y no había aire acondicionado (o al menos ventanas) y lo peor fue que estaba abarrotado de personas que me generaba claustrofobia. Definitivamente aquí no iba a botar el estrés, no iba a festejar hasta subirme a la mesa, ni menos iba a “chapar”. Tenía más ganas de irme que de quedarme. Felizmente mis acompañantes se sumaron a mis molestias y fugamos lo más rápido posible de ahí, sobretodo porque necesitábamos un poco de aire fresco.
Con la cabeza ya oxigenada, acordamos irnos a la fiesta de uno de los amigos de mis acompañantes, fue algo así como los “Wedding crashers” de Owen Wilson, es decir, que nos colamos al cumpleaños de un flaco que, al menos yo, no conocía. “Esta es mi última esperanza de pasarla bien. No pienso tener un sábado salado”, medité mientras caminaba hacia la puerta del extraño cumpleañero. La reunión se estaba llevando a cabo en el jardín, el cual era amplio, tenía mesas, sillas, una serie de bocaditos y, obvio, trago. Aunque, el mal clima (y quizás algún mal designio en mi contra) generó una lluvia inoportuna al mismo tiempo que puse un pie en dicho jardín. “Ya pasará”, me calmaba a mi mismo. Pero no. La lluvia se hizo más fuerte, los bocaditos se mojaron, el trago se llenó de agua lluviosa, terminé empapado hasta el culo y empecé a tiritar de frío. A la mierda. Mis amigos y yo nos pusimos de pie, nos fuimos bajo un alero y nos quedamos ahí, con los ánimos por los suelos y con el estrés acumulado.
[***]
Aquel día teminé mojado, pero no de la forma que esperaba.
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