Desde hace un buen tiempo que me encontraba tranquilo, libre de pensamientos autodestructivos y sobretodo de la imagen de aquella persona que me había robado la cordura (solo un tantito). Ya son varios meses en los que la rutina laboral había consumido todos mis recursos mentales. Estaba agotado física y mentalmente de procesar las noticias del acontecer diario. Mi agotamiento físico se debe a que pese a tener medio año en la agencia, aún no me acostumbro a madrugar, no me acostumbro a salir en medio del frio a la calle y sobretodo no me acostumbro a andar como un zombie durante el día debido a que no completé mis horas de sueño que Dios buenamente dispuso. Además estoy agotado físicamente porque, crean o no, estar ocho horas aplastado en una silla, aparte de calentarte y hacer sudar hasta el más mínimo rincón del trasero; también me estresa, me debilita y sobretodo me crea ansiedad por no poder moverme con la libertad que yo quisiera. De otro lado, mi desgaste mental, está de más decirlo, está en procesar en tiempo record la avalancha de informaciones de las que debo ser testigo.
Como sea, para bien o para mal, estar ocupado ayuda a utilizar tu tiempo, tu pensamiento, tu todo; en cosas a las que mi madre denomina “más productivas”. Sin embargo algo pasó en mi, algo quebró mi castillo de desintoxicación al que me había sometido voluntariamente. Fue ese sutil e inesperado pensamiento que invadió e intoxicó mi mente con una imagen que si bien no fue clara me dio grandes indicios de que se trataba de mi ex “Azul”. Fue entonces que involuntariamente, llevado por mi subconsciente (o completa estupidez característica de mi) terminé en aquel pasillo lúgubre en busca de mi, por ahora (eso espero), delirio mental.
Camine hacia la última puerta del pasadizo con decisión y firmeza, aunque por dentro estaba más flácido que una gelatina y con un miedo extremo que podía hasta blanquearme el pelo del susto. Fije mi vista en la dorada perilla. El silencio de la calle quizás hubiera llamado mi atención en otro momento pero no en este, ese mismo silencio hizo reverberar a la perilla cuando la cogí para girarla y así abrir la puerta. Derecha – izquierda, izquierda derecha; y nada. Era obvio que estaba con llave. No era posible que me haya tomado todo el trabajo para llegar hasta ese lugar y no poder entrar. Esperé unos segundos para ver si alguien salía de la habitación pero en ese momento el silencio era mi acompañante en esta jornada estúpida que había decidido.
Suspiré profundamente, aquella evocación de aire reflejaba cansancio pero a la vez frustración y anhelo. Ansias de ver a esa persona que me tenía delirando, padeciendo, sufriendo. Una suave y fría brisa acarició mi rostro en forma de consuelo. Fue entonces que dirigí mi mirada a los alrededores para saber de donde venia esa pequeña corriente de aire. Trate de seguir, como un perro de búsqueda y rescate, el rastro y mi sentido del olfato me llevó hasta una de las puertas que estaba semiabierta y que no había visto. Empuje la puerta y llegue hasta un patio algo descuidado pero en donde claramente podía ver que el cielo se estaba oscureciendo, razón por la cual se generaban rachas de viento frío. Sin embargo el avanzar del día no era lo que me llamó la atención sino que pude ver que parte del techo de la habitación que trataba de entrar era de calamina y esta se movía aparatosamente con las gélidas ráfagas de la hora. Por momentos parecía que iba a salir arrancada de su lugar de la misma forma en que se ven consumidas las viviendas por los torbellinos.
En ese momento no pensé y solo actué. Mis acciones fueron impulsadas por la vez frustración y anhelo de querer entrar a aquel lugar. Mismo piraña de pueblo joven sagaz, experto y ágil; trepé la pared. “Ejercitarse con pesas da buenos resultados” pensé mientras cargaba mi peso sobre mis brazos. Alcé una pierna, luego la otra; me puse de pie en el marco de la pared y miré la ciudad. Estaba tan hermosa como nunca antes. La luz naranja del sol le daba un toque especial a la capital, cerca de donde estaba noté una iglesia con un genial diseño romano, curvas defiendas y trazos artísticos; parte de ella estaba amordazada por un gran rosal que salía desde su jardín y se expandía por las paredes del recinto sagrado. Quedé un momento embobado por la belleza de aquella arquitectura romana, entonces bajé la mirada, di media vuelta con una inexplicable sonrisa infantil.
Una nueva ráfaga de aire llegó y con ella vi mis suposiciones hechas realidad: Cada vez que viento colisionaba con el techo de calamina, esta se alzaba lo suficiente para crear una entrada por donde yo podía entrar a la habitación. Era como robarle un caramelo a un niño, pensé mientras una malévola sonrisa se dibujaba en mi rostro. Me apoyé sobre mis piernas y esperé a que el techo nuevamente se volviera a alzar para yo poder entrar. Segundos después sucedió lo que esperaba las calaminas se alzaron y pude ver mi premio justo a escasos metros de distancia. El aroma de su cuarto invadió mis fosas nasales, llegando a penetrar mi cerebro. Su perfume era tal cual lo recordaba, sutil pero atrevido a la vez que mezclado con su fragancia natural creaban una esencia mortal que podía despojar de sus fuerzas hasta los dioses; era como mi kriptonita personal. Aun aturdido por aquel placentero olor, decidí entrar a la habitación. Un ruido de llaves me alarmó. No me encontraba preparado para dar explicaciones congruentes de mi infiltración a su habitación, así que aborté la misión. De la misma forma, escaso de sesos y con la habilidad de un gato techero, en que subí, baje de aquel muro, no sin antes realizar un paneo rápido de la zona para luego perderme entre las sombras de la densa noche.
***
Juntos caminamos por las calles de Surco, aplicando un serio y preciso reglaje a todas las viviendas de la zona. Orellana me indica que el diseño de las viviendas me facilita la habilidad de trepar los muros y me recomienda surcar las casas por el techo para llegar nuevamente al mismo lugar donde llegue el día anterior: La habitación de "Azul". Y es que esta vez la puerta de predio estaba cerrada con candado porque se sospechaba que alguien había entrado inescrupulosamente al lugar, así que no me quedó otra que conspirar con mis compañeros de vida para lograr alcanzar mi cometido. De otro lado Johanna me daba un balance de las personas que transitaban por la zona para saber en que momento era el más adecuado para cometer llevar a cabo mi plan.
Llegamos hasta la iglesia que había visto la otra vez. En la parte superior de la entrada se había formado un camino gracias a los rosales que la cubrían. “Por ahí puedes pasar desapercibido y pasar a la siguiente vivienda” me dice Johanna. Orellana me traza un plano de las calles y me detalla porque casas me resultará más fácil pasar y evitar activa la alarma vecinal. Ambos me aseguran que trataran de darme el tiempo suficiente en caso algo salga mal para abortar la misión.
Johanna marca la zona de la entrada de la iglesia, mientras que Orellana me ayuda a trepar sobre ella. Una vez arriba, emprendo mi recorrido camuflado bajo la malla de rosales. A mitad de mi camino diviso la primera casa. Doy un salto y caigo de pie en el techo de la morada. Resulta fácil caminar por los techos. Estos no tienen un muro divisor y de un simple salto me deslizo sobre ellos. Me siento como si fuera el protagonista de Mario Bross, quien va saltando entre tubos y ladrillos para llegar a su destino. El aire golpea mi rostro en mi camino refrescándome en cada paso que doy. A lo lejos logró notar mi meta, acelero el paso, esta vez voy corriendo. La ciudad pasa velozmente por mis ojos, siento como si volara. La sensación de adrenalina es genial, siento como si estuviera colocado con algo y eso hace que acelere. Mi destino esta más cerca, a pocos metros logro divisar la habitación, su dulce habitación en donde varios de nuestros sueños se hicieron realidad. Ese lugar me resulta mágico, adictivo, hemostático. Un par de metros más y lo lograré, corro a toda velocidad desquiciadamente, como si mi vida dependiera de ello. En medio de mi recorrido oigo un sonido alarmante que se va acercando. “Mierda, se activó la alarma de la calle” pienso. El sonido se vuelve insoportable, los oídos me empiezan a rezumbar y me detengo, me cubro las orejas con ambas manos para que la bulla no me afecte. Caigo de rodillas al suelo debilitado por el irritante sonido. Noto como me faltan solo centímetros para llegar a mi destino. No puedo avanzar, me siento débil, esa alarma me resulta irritante, tanto que me impide moverme. No puedo más. No… puedo… más… "¡Ya basta!" suplico. La bulla taladra mis oídos, mis tímpanos, llegando hasta mi cerebro. No tolero más esto, siento que la cabeza me va a estallar. ¡BAM! Como si se tratara de un shock eléctrico abro los ojos abruptamente y noto que todo se trababa de un puñetero sueño, el cual se vio interrumpido por la alarma de mi móvil, el cual me avisaba que ya debía de levantarme para ir a trabajar.
[***]
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