Una noche cualquiera estaba yo tiritando de frio en la soledad de mi casa, pensé en preparar un mate caliente para calentar el cuerpo pero de saber que tenía que esperar a que hierva el agua, luego hacer todo el proceso de preparar la infusión y finalmente tener que esperar a que su temperatura se modere para poder beberlo; me hizo desistir de la idea. En cambio el pensar en líquido hizo que me dieran ganas de orinar; fui al baño a mear como caballo; me lavé las manos con recelo de lo helada que estaba el agua; me metí corriendo a la cama y me coloqué en una cómoda posición fetal.
Con suerte logró generar calor y abrigarme, ocasionando que pierda el conocimiento cuando menos me lo espero. Que rico es poder conciliar el sueño en épocas frías y llenas de soledad en donde una buena, elocuente y sexy compañía no caería nadita mal. Sin embargo, así de fácil la magia de Morfeo se desvanece y me vuelve a la cruda realidad. Abro los ojos, el ambiente esta en tinieblas; busco mi celular que se encuentra al lado de mi cama y veo la hora. Son las cuatro de la mañana. “Puta madre, aun falta una hora para levantarme”, pienso.
Me vuelvo a acurrucar en mi cama y coloco mi celular al costado de mi almohada para escuchar bien cuando la alarma suene. Me tapo hasta la cabeza con las sábanas y aplasto mi rostro en la almohada. La idea de que mi móvil pueda explotar –como ha sucedido algunas veces- me invade y me aterra. Es entonces que en medio de mis pensamientos escucho unos pasos lentos cerca de la sala. “Debe ser mi tía que vive en el segundo piso” pienso. Resto importancia a ese ruido que poco a poco se empieza a sentir más cerca de mi cuarto, de mi cama, de mi cuerpo. Es ahí en donde un sentido alarmante surge en mí.
Logro distinguir que cojea ya que uno de sus pies lo arrastra al andar. Su pausado paso me hace pensar de nuevo que se trata de mi tía. “Mierda, ¿será que me dormí y ya es hora de levantar?” pienso. No sería la primera vez que sucede, anteriormente me ha pasado que mi sueño ha sido tan profundo que no lograba escuchar la estridente alarma de mi móvil y me pasaba de la hora, era ahí donde mi tía o mi primo bajaban de su casa a tamborearme la puerta para pasarme la voz. Sin embargo justo cuando había llegado a concebir ese pensamiento y a decidir a levantarme de la cama, siento como algo choca con mis pies y el peso de algo o alguien los presiona.
Quedo inmóvil ante lo que se encuentra sucediendo a los pies de mi cama. Era obvio que alguien se había sentado en ella. Abro los ojos y los muevo tratando de registrar algo pero las sabanas en mi cabeza me lo impiden. Me mantengo inmóvil respirando lo más débilmente posible para no despertar sospecha de que me encontraba consciente. Claramente oigo el crujir de la cama mientras el peso de aquella persona se hace más denso. Por extraño que parezca ese momento no me genera un miedo más bien curiosidad. Un aire frio entra a la habitación llevando consigo una voz suave, nasal y desvaneciente que me dice “levántate…”. Es ahí en donde el pánico empieza a materializarse ya que logro distinguir que la voz de mi fallecida abuela. Aprieto los ojos mientras empiezo a rogar mentalmente que se vaya. Vuelvo a abrir los ojos y, manteniento mi estado estático, trato de distinguir alguna señal de vida moviendo los ojos como loco pero es inútil.
Irónicamente, aunque me estaba cagando de miedo, siento curiosidad por ponerme de pie y comprobar si es que se trataba del espíritu de mi abuela el que estaba sentado a los pies de mi cama y pidiendo que me levantara. “¿Será que me he hecho tarde y estoy recibiendo ayuda de los espíritus chocarreros?” pienso burlescamente. La ansiedad por tratar de saber me invade, me frustra, me molesta. Ajusto los dientes; tomo la decisón de ver quien ha invadido mi espacio personal, pero justo en ese momento -a modo de advertncia-, un pensamiento se matrializa en mi mente: “He visto muchas películas de terror como para saber que esto nunca termina bien y que los curiosos son los primeros en morir, mejor me hago el dormido”. Entonces me quedo inerte, con los ojos entrecerrados y con la respiración ralentizada.
Ese momento me parece eterno pero la verdad es que solo duros unos minutos. La cama volvió a crujir mientras este peso se desvanecía de mis pies. Acto seguido vuelvo a sentir los pasos pausados y cojeando irse alejando de mi cama, mi cuarto y con dirección a la cocina; lugar donde se terminan por desvanecer definitivamente. Es ahí en donde como un resorte me pongo bruscamente de pie sobre la cama y miro a mi alrededor. La oscuridad de la noche rodea mi cuarto, toda la casa se mantiene en silencio y no logro ver ninguna señal de haber recibido una visita nocturna, más aun del terreno espiritual.
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