Ayer te hable y no me contestaste. De alguna forma sabía que no lo harías y no podía quejarme por ello. Me trague mi orgullo y disfrace mi vergüenza para decirte “hola”. La razón era obvia, necesitaba un favor tuyo. Aun así, no dijiste nada. El silencio no fue porque estabas trabajando, ya que, cuando se trato de mi, nunca hubo excusas para no hablarme.
Sé que no tenía el derecho a hablarte después de todas las angustias y malos ratos que te hice pasar. Tú me querías con todo tu ser, al menos eso proclamabas hasta el último de nuestros días, pero mi inseguridad no me dejo avanzar y me hizo crear todos estos escenarios en donde no podía ver futuro alguno.
No sé porque me querías y creías tanto en mí. Yo no recuerdo haber hecho nada para merecer tu aprecio y preocupación. Siempre he sido experto en herir a los demás y tú no fuiste la excepción. Si bien no era nada formal, te deje creer que lo era o, al menos, que existía una mínima posibilidad de que estuviéramos encaminados a ello.
Derrumbe tu ilusión con mis desplantes, mi orgullo y mi inmadurez. Aun así, tú estabas ahí, buscándome. Imagino que piensas que soy una mala persona, pero no me considero como tal. Yo siento que actué como debía hacerlo, solo que no lo hice de la forma correcta, refinada y madura que esperabas. Si alguna vez hablamos, no digas que me querías. No lo hagas, ya que aun no logro entender porque lo hacías.
Lamento haberte dado la idea equivocada. Debí haber sido honesto desde el comienzo, pero no pude ser claro con lo que quería. Mi joven e inexperta mente no sabía que hacer con todo lo que sucedía . No fue mi intención herirte. Tienes todo el derecho a odiarme si eso te ayuda a dormir en las noches. No me quejaré, no te pediré que me perdones, ni que me vuelvas a hablar, ni mucho menos que me entiendas ahora, solo quiero que sepas que estoy consciente de ello.
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