Ser el nuevo en un trabajo, en el colegio, en la universidad nunca resulta fácil. Menos para alguien tan parco como yo (al menos al inicio). No tienes nadie con quien hablar o matar el tiempo. Estas solo en una habitación llena de gente. El aburrimiento te consume e irrita. Pero eso no dura por mucho ya que como seres sociales que somos, siempre hay alguien que te pregunta la hora, el clima o una dirección para simular una breve conversación. Lo peor para mi es cuando me invitan a participar de algún evento social y más aun si tiene que estar relacionado a algún deporte.
Llevo casi un mes entrando y saliendo de la oficina en la que trabajo. Nadie me conoce excepto mi jefa y su amiga, –con quien una vez me la tope en el elevador y fue inevitable saludarla, desencadenando una conversación, o mejor dicho monólogo por parte de ella, que no paró hasta la salida del edificio– Cada vez que entro solo las saludo a ellas, pese que al hacerlo algunas miradas curiosas caen sobre mi cuando hago mi ingreso. Al margen de caer como maleducado, creído y arrogante paso sin decirle nada a los demás, pero la verdad es que no lo hago porque soy algo tímido y temo que me ignoren y no contesten, dejandome con la palabra al aire. Por ello mejor me ahorro mis saludos y paso como un fantasma, para no sentirme mal.
Todo el mundo me pregunta si ya tengo amigos o siquiera si ya me hablo con alguien en la oficina. Ante mi negativa, muchos quedan sorprendidos, tampoco es que sea muy sociable que digamos, pero al menos si estoy en confianza con alguien tiendo a dar extensos monólogos sobre mi persona que me animan a hablar desde el clima hasta el color del bóxer que llevo puesto. Cosa que pasa muy poco. Admito que a veces lamentó no ser tan accesible, risueño y agradable con todo el mundo.
Hoy día recibí un mensaje a mi correo titulado “Champions League”. Al verlo pensé que se trataba del mensaje de algún cliente solicitando información sobre dicho tema. "Hay dios", pense, "¿Ahora tendré que convertirme en un experto en la materia?", añadí, Al abrirlo me dí cuenta cuan errados eran mis prjuicios. Se trataba de una invitación para un concurso de fútbol. “Mierda” pensé. Un sudor frío e imaginario recorrió mi espalda y me puse a pensar en una razón para negarme a participar. Y es que no me agradan los deportes, por ende estoy más perdido que Marco buscando a su mamá en el ámbito deportivo. Ni hablemos de 'intentarlo' ya que mi desempeño como deportista es igual como poner a un cojo a correr en una olimpiada. Yo oigo las palabras penales, tiros libres, medio tiempo y al segundo yo me esfumo del lugar por miedo a quedar como un reverendo huevón que no sabe de deportes, pese a que sea cierto.
Las actividades físicas nunca han sido mi fuerte (salvo algunas que no requieran mucho movimiento) y por tal nunca me llamaron la atención. Esto me ha llevado a la obligación de generar diversas excusas para no participar en los eventos deportivos del colegio, el instituto y ahora en el trabajo. Mis excusas van desde las más elaboradas hasta las más ridículas como “estoy contra la hora”, “tengo que llevar a mi abuelita al médico”, “me están esperando” o mi clásica y preferida “tengo una urgencia familiar”. Con ello he logrado que me tilden de alucinado, sobrado, atorrante, rarito y huevón. Y es que en un país tan machista como el Perú, el deporte, seguido de las borracheras, parecen ser las únicas actividades que permiten estrechar los lazos amicales entre hombres. No una conversación madura, o inmadura en el peor de los casos, no compartir otras aficiones como la lectura o la música. No. El deporte, sobretodo el fútbol, es lo esencial para que un hombre forme una amistad con otro hombre. Por ello mis amistades masculinas son equivalentes a la cantidad de dedos que tengo en la mano.
Continúe leyendo el email, la invitación era más inocente, pero banal, de lo que pensaba. A uno de mis compañeros de trabajo se le ocurrió la 'divertida idea' de hacer una apuesta sobre dicha liga deportiva. Arqueé una ceja mientras leía su propuesta, la cual había sido enviada a todos los miembros masculinos de la oficina, quienes no demoraron en responder su oferta. Casi la mitad de los hombres de la oficina respondieron el pedido. Volví mi ceja a su sitio; con algo de temor minimice la ventana y me dedique a hacer mi labor del día.
Conforme llegaba al final del día me preguntaba si esa era la única forma de hacer amigos, hombres, en la oficina. ¿Es que unión masculina es sinónimo de fútbol? ¿La sociedad esta mal o yo lo estoy? Lo más probable que los fans aguerridos me crucifiquen a mí y mi complejo desinterés por el deporte y me sigan viendo como un alucinado, sobrado, atorrante, rarito y huevón por no compartir aquella pequeña afición ¿Qué puedo hacer si el deporte no levanta en mi el más mínimo pelo de interés? Aunque si me hablas de fiesta quizás ahí si asista, pese a que no conozca a nadie y lo más probable es que pase igual o peor de desapercibido entre la multitud como en la oficina.
0 comentarios :
Publicar un comentario