Hoy fue uno de esos días en los que me reencontré con una de mis viejas amigas, la soledad. Pensaba que nuestra relación había terminado cuando decidí iniciar una relación verdadera, duradera, comprometida, llena de respeto y amor. Pero no. Hoy me di cuenta que me encontraba en un trío y no la forma en que hubiera deseado. Hasta hace unos años no pensé en volver a sentirme seducido por la soledad, a veces la veía rondando mi vida pero me aferré a mi relación actual para que ella no interfiera y destruya todo lo que había construido hasta el momento.
Como un adicto que mira con ojos saltones un vaso de alcohol y se acerca a él cautelosamente, hoy mira fijamente la soledad y me avalancé a sus brazos para sentirla envolverse en mi cuerpo al punto de hacerme llorar como un niño al que le quitna su juguete favorito. Mi cuerpo se escarapeló por completo, las lágrimas se desbordaban de emoción o tal vez de tristeza, y una sensación de vacío invadio mi alma y lo único que hice fue desear no existir. Es ahí en donde esta vieja amiga me ayudó a reconectarne con otra vieja amistad que pensé que me había abandonado, la depresión.
Hace años que no me sentía tan mal, triste y solo. Hace poco había celebrado mi cumpleaños rodeados de varios amigos y junto a mi pareja, pero todo eso se fue por el desagüe esta precisa noche en que estas dos viejas amigas decidieron aparecer en la puerta de mi casa. Ambas me hicieron sentir miserable tiempos atrás, pero a la vez me hicieron sentir como que nunca se hubieran ido y solo habían estado esperando el momento preciso para bajarme a mi realidad: tú siempre estarás solo en el mundo.
Me recosté en el sillón a seguir llorando, cerré los ojos para tratar de relajarme pero fue imposible. En ese momento, mis pensamientos comenzaron a ponerse en mi contra y empezaron a enlistar los motivos por los que mi vida era miserable: tenía 32 años y no había logrado nada con lo que alguna vez soñé tener a esa edad, estaba con deudas, agotado, estresado del trabajo, harto de la vida, viviendo más de dos años encerrado por una maldita pandemía y no tenía hijos. Mi pareja vivía agotado por lo demandante que era su trabajo y casi me dejaba la mayor parte del día en casa solo. Traté de aguantar y tener paciencia pero justo hoy no pude, me quebré y cedí ante las viejas amistades. Mientras lloraba sentí la necesidad de hablar con alguien, de sentir otro tipo de contacto como un abrazo... pero estaba solo, miré a mi alrededor y no había nadie a mi lado, miré las redes sociales de mis amigos pensando en comunicarme con alguien pero vi que ellos estaban viviendo la buena vida, mientras yo me ahogaba en desesperación y melancolía, podía morirme en ese momento y nadie se iba a enterar, al menos en ese momento. "¡Ya basta!" me dije pero no fue suficiente. Como si fuera poco, la soledad y la depresión llamaron a una amiga no tan vieja para hacerme compañía, la ansiedad. La respiración se me aceleró, el corazón se me achicó y lo único que quise en ese momento fue desaparecer.
En ese momento, sentí unas patitas caminar por mis piernas, era mi gata que venía a acurrucarse conmigo en mi lecho de desesperación, ansiedad y llanto. Ella me miró sin saber lo que pasaba y se recostó en mis piernas. Yo la cogí entre mis brazos y la abrecé mientras lloraba, una sensación agridulce se formó en mi entre tristesa y alegría mientras la acariciaba. Me acomodé con ella y me eché sobre mi cama, Sequé mis lágrimas, abracé mi gata y le rogué a Dios que me ayude a descansar en paz.
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