Ser el nuevo en cualquier lado siempre es difícil, más para alguien tan tímido como yo. Muchas veces he sido tildado como sobrado, alucinado, entre otros adjetivos que denoten soberbia. Con el pasar del tiempo –si bien sigo siendo tímido- puedo decir que ya no me afecta tanto lo que piensen o dejen de pensar de mí. Digamos que he aprendido a enfocarme en mi persona y en las tareas que debo hacer.
Cuando comencé a trabajar como “redactor”, aparte del pánico que sentía porque no tenía experiencia en la materia, me intimidaba mi entorno, las caras nuevas, las exigentes labores, mis jefes… Era en sí un manojo de nervios. Recuerdo que la primera semana me sentí derrotado, pensaba que me iban a botar de una patada en el poto. Además, tenía ganas de gritar de impotencia por mi lentitud para redactar y renegaba (al punto de llorar) por mi escasez neuronal para formular oraciones serias, que sean claras, precisas, con sentido y sin babosadas.
Era así que ocho horas de mi vida transcurrían, alrededor de una computadora y bajo la tensión de fallar. Un día –en medio de mi martirio diario- Alessandra me saludó por el chat interno. No recuerdo bien si fue por un tema laboral o simple cordialidad. Al segundo contesté su mensaje, lo que conllevó que aquel día habláramos de todo un poco: la vida, la carrera, el trabajo, la música, el clima, la coyuntura política, etc. Hablar con ella fue fácil, es más, me sentía cómodo haciéndolo. Teníamos varias cosas en común. Digamos que aquel día hicimos “click” amical. Desde entonces comenzó a tejerse una amistad entre ambos. fue entonces que mis días ya no eran tan aburridos –si bien mi interacción seguía siendo a través de una computadora- ahora tenía una amiga virtual con la que podía charlar, aunque ésta estuviera a un metro de distancia.
Un par de meses antes de tener mi amiga virtual, había ingresado a la oficina una nueva chica guapa, delgada, alta, con porte y elegancia. Cuando la veía me sentía intimidado. Mis problemas de inseguridad hacían que agachara la cabeza cada vez que pasaba por su lado. Aunque, también, su actitud decidida, seria, dura, directa; eran de temer. Desde el primer momento la tildé de “sobrada” y pensé que jamás llegaríamos a hablarnos por equis razones, pero como siempre la vida se empeñó a sacarle la vuelta a mis pensamientos. Un día me vi en la obligación de hablarle por un tema laboral. Esa fue la primera interacción –aunque breve- que tuve con Roberta. Mi falta de elocuencia y cero carisma nos limitaba a conversar –mediante el chat interno- sobre temas estrictamente laborales y algún esporádico comentario acerca del panorama del día. No fue hasta el “Día del Periodista”, en octubre, en que toda el área interactuó -mediante correos electrónicos- por primera vez. En medio de los cálidos saludos, surgió la idea de un grupo de reunirnos para conocernos un poco más personalmente, botar el estrés del trabajo, tomar unos tragos y celebrar la referida fecha.
En nuestra primera salida grupal nos fuimos a almorzar –incluida la jefa- a uno de esos restaurantes comunes y corrientes de los miles que hay en el Centro de Lima. El menú del día estuvo compuesto por una variedad de platos marinos, los mismos que a su vez gritaban para ser acompañados por algunas cervezas. La ruta de establecida para ese día apuntaba a eso también. Así que culminado el almuerzo, caminamos por algunas calles hasta llegar al tan mentado “Munich”, un piano bar que nunca había oído pero que estaba dispuesto a conocer. Ahí pasamos la tarde, en medio paredes de madera, con algunas cervezas, un fondo de clásicas melodías a ritmo de piano y recordando viejas y curiosas anécdotas.
Fue luego de esa fecha en la que todos congeniamos un poco más, ya no teníamos ese miedo de hablarle al vecino, ni vergüenza de lo que el otro pueda pensar por nuestra forma de ser. Sin darme cuenta, mi círculo empezó a girar en torno a Alessandra y Roberta. Ellas dos era con quienes más conversaba sobre cualquier cosa que se me ocurriera. Fue así que mis mañana se volvieron entretenidas, o mejor dicho, ellas las hacían entretenidas. Lo único malo era que a veces hablábamos sobre un mismo tema pero por separado, es decir, tenía dos ventanitas de chat en mi computadora en las que el tema del día era -por ejemplo- la caída de la silla de un compañero, el “chape” de la semana, hasta los hilarantes dimes y diretes entre Daniel Urresti con Alan García y Keiko Fujimori. Por ello, ante la “necesidad” de comunicarnos los tres en tiempo real fue que nació “VIP”, un espacio compuesto por tres personas en las que hablábamos huevada y media
Aproximadamente un año pasó desde aquel entonces en que se fundó el chat “VIP”. Un año en el que mis días en el trabajo se volvieron divertidos, interesantes e hilarantes gracias a él. Aquel clan de tres personas permitió que la presión del día a día se aminorara e hizo que ir a trabajar fuera divertido. No había día en el que no habláramos, excepto cuando uno de sus integrantes se molestó y dicho espacio quedó en mutis por casi un mes. De ahí siempre se ha mantenido activo, con temas variados, sazonando mis caóticas mañanas que estaban llenas de asesinatos, robos, violencia, sangre, política circense y más.
Desde hace un par de semanas ese espacio colgó los chimpunes, de las risas, lágrimas y dramas; y ahora sólo quedó un sepulcral silencio que promete ser permanente, pero no por algún problema entre sus miembros sino por la ausencia de uno de ellos. El 30 de noviembre Roberta alzó vuelo del nido con el fin de emprender nuevos retos y aventuras. Con una calurosa despedida y un afectuoso abrazo, despedimos a nuestra gran amiga y con ello pusimos pausa a ese foro que fundó las bases de una maravillosa amistad.
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