sábado, 27 de junio de 2015

Reconectando

Estaba en medio de la soledad de mi cuarto. Miraba a mí alrededor y solo observaba las paredes tétricas de mi habitación, estaba yo solo con mis pensamientos oscuros, intoxicándome la mente. Volver a estar soltero apestaba y haberme alejado de mis amigos ahora me pasaba la factura. Estar en mi cama, mirando el  tristre techo, sin tener a nadie con quien conversar, con lo cual comencé a deprimirme. En ese momento me di cuenta de algo, algo que antes pensaba que era lo correcto para mí. Descubrí que la soledad no es lo mío, que necesito estar rodeado de personas; personas que me hagan bien, nutran mi ser, me ayuden a crecer y sobretodo que me hagan sonreír.


Días después de la desgracia

Una ruptura no es fácil para nadie, puede que existan personas “fuertes” pero creo que eso es solo un disfraz que ellas visten para no desmoronarse ante los demás. El saber que esa persona en la que confiabas, besabas, saboreabas, tocabas, acariciabas, abrazabas y decías amar; ya no está a tu lado y, peor aún, saber que ahora está haciendo todas esas cosas con alguien más, hace que el alma de cualquiera se desgarre lentamente como seda. Esta agonía parece eterna, por todos lados veo tu rostro, oigo tu voz, siento tu aroma, saboreo tu boca. Ni en mis sueños estoy libre de ti, ya que hasta ahí tu rostro me asecha, haciendo que derribe todas mis defensas de superación.

A veces tengo pensamientos suicidas, patético lo sé. Pero a veces no veo otra solución a tanto dolor. Te fuiste de aquí y enterraste mi vida, dejándome hecho pedazos cuando aún respiraba tu amor. ¿Por qué será que tenemos que pasar por estas cosas para aprender a vivir? La vida perfecta no existe o quizás yo soy el desadaptado que no está hecho para mantener una relación estable con alguien. Si tuviera que hacer un mea culpa sería que soy responsable de ser un ingenuo empedernido que ha idealizado tanto a la pareja perfecta, que cuando está con alguien se ilusiona tan rápido que crea varias expectativas, las cuales terminan reventándome en la cara para convertirme en una persona más cerrada, más dañada, más oscura… ¿Por qué la vida es tan cruel con mis sentimientos?


El día D o mejor dicho de M

Era viernes por la noche, se suponía que ese día iba a hablar con M sobre nuestra relación o lo que quedaba de ella. ¿Para qué? Hasta ahora no sé. No entendía el fin de todo esto, ni de discutir, de llorar, de sentirme mal, herido y deprimido por alguien. Alguien en quien confié, amé y traté de darle todo lo que me pedía. A pesar que mis sentimientos no habían sido valorados y atropellados desmedidamente, ahí estaba yo, a una cuadra de su casa, llamándole para decirle que era tiempo de hablar. Sin embargo, otra vez tú hacías galas de tus desconsiderados dotes para recordarme que no fui, no soy, ni seré prioridad en tu vida. Al tercer intento de llamada, te resígnaste a contestarme para decirme que no podíamos vernos en ese momento. La verdad es que no creí que estuvieras en medio de tu trabajo. Lo primero que se me vino a la mente fue que estabas con alguien más y no lo digo porque sea un loco obseso sino que tengo pruebas de tus andadas con alguien más. “Nos vemos más tarde, yo te aviso”, me dijo antes de cortarme el teléfono.

Aquella tarde mi amigo Giovanni me llamó y me dijo que no valía la pena que me ande ahogando por ese tema. Trató de animarme resaltando mis cualidades y haciendo trizas las de M, pero aun así no era suficiente. Me sentía culpable. ¿Por qué? ¿De qué? Mi mente estaba nublada de preguntas tormentosas. Giovanni notó mi desmoronamiento interno y optó por invitarme a su casa para ver si así lograba sacarme del estado ahuevado en el que me encontraba. La idea me pareció buena, salir y mantenerme ocupado era lo que necesitaba, así que acepte su propuesta.

Aquella noche, Gio y André trataron de analizar mi calamitosa situación sentimental, volver a relatar todo lo sucedido me partía el alma. Recordar tantas caricias, besos y promesas no era fácil para mí. Mis dos acompañantes nocturnos, junto a un sixpac de cervezas, escuchaban detenidamente mi dramático testimonio (mismo 'La Rosa de Guadalupe'). Ellos estaban decididos a regresarme ese equilibrio emocional que antes gozaba pero que ahora estaba al borde del colapso.

Esa noche M no dejó de llamarme hasta la madrugada pero mis dos amigos me habían dado la fuerza y razones suficientes para no contestarle (aunque no negaré que estuve a punto de pecar). ¿Para qué iba a hacerlo? Ya sabía que me habías traicionado, así que no veía el punto de que quieras hablarme. ¿Acaso aún hay algo que rescatar? En ese momento pensé que no. Me sentía deprimido con todo esto, pero sobretodo me sentía traicionado por ti, por esa persona a la que una vez juré amor eterno, no supo valorar todo lo que tuve para dar.


El primer fin de semana

Los sábados por la tarde se habían vuelto una rutina para mí: levantarme temprano, ir a trabajar, volar a la universidad y luego encontrarme con M (y si era posible quedarme hasta el día siguiente en su casa disfrutando de su compañía). Este sábado era el primero en el que esa rutina se había visto quebrada. El pánico estaba a flor de piel. ¿Me acostumbraré a mi soledad sabatina de nuevo? Mientras esos días todos tenían planes de fiesta, cine, desmadres; los míos solo se resumían a la compañía de una persona, con quien el solo hecho de contemplarla me hacía muy feliz. No necesitaba hasta hablar, porque creía que las palabras son eso: palabras, las cuales se las lleva el viento pero existen otras cosas como un beso, una caricia, una mirada, una sonrisa; que puede decir más de lo que podemos expresar en palabras. Esos son los detalles que nos marcan tan profundamente que después son difíciles de remplazar.

Aquella tarde Andrea, mi amiga del trabajo, me había pasado la voz para ir a una fiesta “benéfica” de un grupo de estudiantes de la Universidad Católica. “Vamos, te hará bien distraerte y socializar con otras personas”, me dijo regalándome una de sus características sonrisas de portada. No sé lo que me impulsó a aceptar su invitación porque lo que menos tenía en ese momento era ánimo para hacer algo, pero lo hice, acepté. Me alisté con algo cómodo, cargue la billetera y emprendí mi camino a los desconocidos senderos de San Borja.

Ese día, aparte de Andrea se sumaron otros amigos de la oficina como Aldine, Carla y Arnold, quienes con sus hilarantes comentarios y ocurrentes actuaciones me hicieron pasar un buen rato. Pero sobretodo me hicieron dar cuenta que en medio de mi oscuridad, todavía podía sonreír. Aquel día bailé, salté, canté, grite y disfrute cada momento de la compañía de mis amistades. Quizás oxigenar mi cerebro y mi corazón con otros aires no era tan mala idea después de todo.

Me resulta curioso que yo halla desarrollado vínculos tan cercanos con un grupo humano que hasta hace un año desconocía. Un grupo muy particular, que en algunas cosas somos tan distintos pero en otras tan parecidos, con las mismas aspiraciones y preocupaciones que guardamos en silencio pero que cuando salieron a flote nos unieron más, gracias, además, al respeto que tuvimos en nuestras opiniones y gustos.


Reconectando

El domingo había olvidado que tenía un almuerzo por el cumpleaños de mi amiga de colegio Jennifer. Me sentía algo cansado por las últimas salidas que había tenido pero me estaba motivado y ansiaba ver tanto a ella como a otros de mis amigos, a quienes por motivos de tiempo, trabajo y hasta descuido; no había visto en meses.

Mientras en mi celular aparecía una llamada de la cumpleañera para preguntar –imagino- por la hora de mi llegada a su casa, recordé algo que hace un tiempo solía escuchar, una idea muy cierta que había adoptado como mi mantra: “Si no le importas, no te llamaría, no te buscaría, ni mucho menos expresaría su preocupación por ti”. ¿Qué demonios me había pasado? ¿Qué había pasado con todas esas cosas en las que creía y con las que decía que moriría? ¿Madurez? Lo dudo. No creo haber madurado lo suficiente, sino no estaría cometiendo los mismos errores y engreimientos de siempre, o esa ¿será la sombra que siempre me acompañará hasta mi muerte?

Ya en la casa de Jennifer, me encontré mis amigos de antaño Raiza, Pamela, José Luis y Néstor, amigos de colegio a quienes por cierto parece que no pasaran los años, sino que hubieran puesto sus cabezas en cuerpos de adultos que anhelan volver a las épocas en las que no tenían responsabilidades ni preocupaciones, más que de acabar con las tareas para salir con sus amigos a dar vueltas por la ciudad sin un rumbo fijo.

Conforme la tarde pasaba,los tragos iban y venían. En medio de ello recordé esas noches en las que me amanecía junto a mis amigos, tomando, bailando y conversando sobre nuestros mejores momentos en el colegio. Nos poníamos nostálgicos al recordar nuestra ignorancia de aquella época, una ignorancia que por un buen tiempo me protegió de la verdad de la vida, o sea que apesta. Sin embargo, el contar con amigos como los que tengo, me ha ayudado a aligerar esa carga que representa crecer en un mundo que poco a poco se va retorciendo más por diversos factores. Un mundo en donde las personas se hacen daño constantemente, se engañan, utilizan y hasta humillan a otras. A veces, siento que no pertenezco a este mundo, creo que soy un alien o al menos una estrella perdida. Hay días en los que me siento cansado de todo esto y quisiera creer que se trata de un mal sueño, que mañana me levantaré y mi historia tendrá un mejor rumbo, en donde yo pueda decir que soy feliz… Entonces, cuando menos me lo espero, ahí hay alguien listo a tenderme la mano, para prestarme su hombro para llorar, para abrazarme cuando tengo miedo, para escucharme cuando siento que el mundo me agobia...Es entonces que aparece esa persona incondicional que está dispuesta a ayudarte.

Conforme pasaron las horas, la magia de la noche empezó a desvanecerse, y empecé a conectarme con mi realidad. Poco a poco mis amigos se fueron despidiendo con la promesa trillada de volvernos a reencontrar en el plazo más breve. Ya eso no me generaba expectativas porque sabía que si mañana no nos veíamos –como yo quisiera- muchas veces no depende de uno mismo sino de la vida, una vida que no es fácil para nadie pero que me ha demostrado que, sin importar cuanto tiempo pase o las distancias que nos separen, incluso ni los amores o desamores que tengamos; yo siempre podré reconectarme con mis amigos porque somos como hojas que el viento separa y después de algún tiempo -sin importar cuan dañadas estén- las vuelve a juntar para revolotear por los inciertos caminos de la vida como si nada hubiera pasado.

[***]

Cuando comencé este "proyecto" no imaginaba que llegaría a escribir tantos episodios cotidianos o que siquiera alguien los leyera. Este es mi post N° 100 y no sé cómo pasó, bueno sí pero ya saben a lo que me refiero. En el momento que me di cuenta que estaba llegando a los grandiosos 100 escritos,  pensé en redactar algo especial pero no sabía sobre qué exactamente. En mi vida pasan más dramas que cosas buenas que contar. Sin embargo, todo parece que se confabuló y en medio del proceso de redacción noté que en los últimos días sí había algo demasiado bueno que contar, algo que hasta ahora me ha acompañado a lo largo de mi vida y que en muchas ocasiones no le he dado la dedicación adecuada: mis amigos.  Por eso, este humilde y algo atormentado post es para ellos. Uno de los motores que me ayuda a mantenerme de pie y que gracias a sus experiencias y consejos aprendo cada día a ser mejor persona. 





Acerca de Giancarlo
Soy un poliedro lleno de aristas, rincones, luces y sombras...
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